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Un cuerpo
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En los siglos pasados, el parecido habitó la pintura durante mucho tiempo. Lo mismo ha sucedido con el cuerpo, que se ha estudiado y analizado en las academias de Bellas Artes con imágenes bonitas y tranquilizadoras. En el siglo xx, surge un nuevo sentimiento. Nace una manera de ser, de vivir, de pensar. Aunque el academicismo vela y puede, de vez en cuando, retomar el paso. Ahora bien, los creadores conquistan una nueva libertad, y cada uno de ellos aprende a hacerse responsable de sí mismo. ¿Qué tienen en común las representaciones de un cuerpo de Derain, Matisse, Picasso, Bacon, Giacometti, Chagall, Miró, Freud, Magritte, Staël, Klein, Tàpies? Nada, salvo la libertad de decir, no lo que ven, sino lo que son. Proclaman con fuerza la posibilidad de hacer aparecer un cuerpo en las incertidumbres de la vida. Así, en la pintura, pero también en la escultura del siglo XX, el cuerpo está marcado, en muchos creadores, por una incesante inspiración y por unas contradicciones que han abierto vías insospechadas, audaces y generosas. Esos artistas nos revelan un tono, si no confesiones, confidencias reales cuando menos. Desde entonces, el cuerpo puede exhibirse sin complejos; no se disfraza con oropeles. Los artistas, conscientes de haber encontrado la posibilidad absoluta de expresarlo, traducen su grandeza, así como su extremada y dolorosa fragilidad. Tejen nuevas presencias, hechas tanto de distancia física como metafísica. El cuerpo reencuentra el sentido de los orígenes. En adelante, puede mostrarse sin sorpresa, sin trabas, sin misterio. Por el placer extremo de contemplarlo, por fin, en su verdad, bella, perturbadora, inesperada. Un cuerpo sin límites. J.-L. Prat
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