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Entre
el resto y la metaforma
Jimena Andrade
En
la mitología de hoy la forma -el significante- no es eliminada, es
simplemente transformada. Todas las cuestiones que el hombre produce
han sido meramente cuestiones de la forma, el mundo humano ha estado
atravesado por relatos, ha sido escrito de lado a lado, y es precisamente
en el lenguaje en el lugar donde lo mitológico encuentra su sustrato.
Habrá que preguntarse: ¿De qué articulaciones, de que desplazamientos
está hecho el tejido mítico de una sociedad de alto consumo? Y si el
espectáculo de masas, un metalenguaje diseñado para que el lector del
mito -que lo vive como una historia al mismo tiempo verdadera e irreal-
es algo que proporciona experiencia. Y en que orden, en lo espectacular
está dada una experiencia conducida, diseñada, dominada, estereotipada,
manipulada, patronizada, estandarizada e impuesta -alienación-. Los
vínculos que establece el individuo en un mundo hoy inestable e informe
(conectado por redes invisibles de comunicación en donde el cuerpo
es desmaterializado por la virtualidad de las funciones y donde las
imágenes son auto-generadas desde una memoria numérica que se retroalimenta
de sí misma, imágenes reversibles que no se superponen sino que se
regeneran de ellas mismas perpetuamente desde cualquier punto de su
imagen antecesora), son del orden de la estética de la transformación,
-de pasar de un estado al otro- de la metamorfosis, una realidad que
fluye y ocupa metaformas no totalizadas y como el líquido cambia de
acuerdo al envase que lo contiene.
La
obra de Mathew Barney presenta una mezcla de espectáculo y mitología
de estados intermedios entre fluido y sólido; mitologías que adquieren
vida cuando son contadas por una narrativa hecha por un -design- que
transforma lo ideológico, lo histórico para que parezca, y "sólo
parezca" natural o naturaleza, y toma sus mitemas de los relatos
del espectáculo y la cultura de masas.
Las
relaciones íntimas de Mathew Barney con la arquitectura, forma que
representa el pensamiento y la sociedad, tienen un vínculo estrecho
con la apropiación del medio cinematográfico al ocuparse de espacios
arquitectónicos que imponen el cuerpo en espectáculos, narrándolo,
de igual manera como la luz y la sombra narran los cuerpos en un filme;
un cuerpo desmaterializado por estas narrativas y convertido en objeto
en performances donde el exceso viene como respuesta a una necesidad
de que no haya falta, y es presentado al espectador en registro cinematográfico
como restos de una acción faltante, presentado en una lógica que no
es binaria de polos, sino que está suspendida en el estado intermedio
de la no totalidad, que no se completa totalmente en lo humano, lo
animal, lo femenino, lo masculino, lo máquina o lo organismo, fluctuando
espectacularmente como medida para que no haya falta, la cual está presente
en la diferencia -de clases, de sexos, de razas, entre animal-humano,
hombre-máquina; aquí el lugar de la falta está ocupado por un espacio
mitológico diseñado, y al querer llenar la experiencia con este exceso
diseñado para no permitirla, es puesta en evidencia, es resaltada y
llevada a lo que el vacío representa.
En
una sociedad de alto consumo la catástrofe está representada por el
-design- y su producto por el espectáculo de excesos como antídoto
para que no haya cabida a la falta. |
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