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Jean
Luc Nancy Corpus, pensamiento oblicuo Federica Matelli |
Pensamiento oblicuoEscribir
sobre la filosofía de Nancy no es fácil, así como no lo es leer sus textos. Alumno
de Derridá, aparece a menudo insertado por la crítica en los pasos del
pensamiento Deconstruccionista que apuesta por el desmantelamiento, la
‘deconstruccion’ precisamente, del pensamiento occidental hasta su origen,
rehusando explícitamente cada tentativa de descripción sistemática previa y
de posterior reconstrucción. Desde
un punto de vista estrictamente histórico, se puede afirmar que el
Deconstruccionismo representa un paso obligado del pensamiento occidental después de la muerte de Dios
y de la Metafísica. En realidad,
como afirma Gianni Vattimo en su ensayo Derrida e l’oltrepassamento de la
Metafisica[i], hacer de la obra deconstructivista objeto
de reconstrucción “histórica – critica” tradicional, parece como una
traición, pero es hasta un cierto punto necesario hacer “un esfuerzo de sistematización o por lo menos de interrogarla tanto
sobre la jerarquía interior de sus conceptos, como sobre sus nexos con la
cultura y sobre la filosofía de
esa época”[ii],
para facilitar la posibilidad de recepción sobre la base de la necesidad de
comprender el pensamiento ulterior, que se desarrolla con intentos que yo
definiría “reconstructivos”. En
este sentido podría ser leída la filosofía de Jean Luc Nancy: como filosofía
“reconstructivista”. En otras palabras, como aquel pensamiento que después
de la experiencia de critica negativa del novecientos, vuelve con confianza a la
reconstrucción de un sentido y a la búsqueda de algo nuevo, que pueda
sostener a la humanidad después del shock de los hechos históricos de la
primera mitad del siglo, y que sienta la necesidad de asumir la responsabilidad
de proveer respuestas y no solo de dar preguntas vanguardísticas. La
experiencia deconstructivista puede leerse entonces como un recorrido obligado
de la historia del pensamiento después de la muerte de Dios, para depurar y
limpiar el pensamiento occidental de lo que lo ha conducido a los horrores del
siglo pasado. A eso sigue la exigencia reconstructiva en la filosofía ligada,
por lo tanto, al ocaso en el arte y en la literatura del espíritu de la
vanguardia. ¿Que
significa “reconstruir la deconstruccion”? Eso es lo que ocurre en los
textos de Jean Luc Nancy, como, por ejemplo, en La experiencia de la libertad y Un pensamiento finito.
Aquí, a nivel muy general, podemos afirmar
que “Reconstruccion” significa transformación del mismo papel del
pensamiento y de su relación con el ser. Asentar nuevamente el pensamiento
occidental después de la desmembración operada por el deconstruccionismo
significa, ante de todo, empezar otra vez de cero, es decir, “inventar” una
nueva ontología, como propone y hace Nancy en otro de sus textos fundamentales,
Ser singular y plural. La
nueva ontología, la nueva relación entre ser y esencia instaurada por aquélla,
es decir, la muerte de la esencia, el descubrimiento de la ‘no – esencia’,
o de la esencia como existencia, llevará a cambiar los términos de la relación
de lo que hasta ahora ha estado flanqueado al lado de la una y de la otra, y a
apuntar la atención sobre la Relación en cuanto categoría ontológica.
Intentar mirar diferentemente la relación entre ser y esencia, que
veremos reducirse a la relación entre ser y existencia, comporta también
una nueva vision de la relación entre ser y cuerpo. Nueva
ontología, nueva escritura. La necesidad y la dificultad de superar la metafísica
comporta notables dificultades lingüísticas. Delante de lo nuevo, la lengua
viene a menos: carencia de palabras para exprimir los nuevos conceptos y
necesidad de crear un nuevo léxico. Nancy intenta de dar una conclusión a lo
que empezó Heidegger y prosiguieron Derrida, Deleuze y Lacan: intenta dar un
nuevo lenguaje a la nueva ontología empezando por la critica de la
representación. Afirma Gianni Vattimo en su ensayo Derrida e
l’oltrepassamento de la Metafisica : “ En asumir casi como descontado el
papel del pensamiento de superar la Metafísica, Derrida comparte y refleja una
actitud difundida en la cultura, no solo francesa, de los años sesenta, ya
directamente o indirectamente inspirada en Heidegger. Como ya en el caso de
Heidegger , también en Derrida seria difícil individuar una específica razón
teórica para proponerse una tarea similar: así como es imposible que
Heiddegger quiera superar la metafísica en cuanto pensamiento que representa
falsamente el ser como ente y al cual entonces debemos sustituir una
representación más correcta (puesto que es en la misma idea de una
representación correcta en que reside el “error” de la metafísica), así
seria desviante imaginar que el programa deconstructivo derridariano, (...) se
legitime como una búsqueda de un pensamiento más fiel a las cosas como son,
mas allá de la ‘cancelación de la huella’ en la cual la metafísica
consiste (...); el programa de superar la metafísica tiene un origen
necesariamente impuro”[iii]. Y
más aún: saltar fuera de la metafísica es imposible, radicalmente, porque
nosotros nos movemos siempre entre cuadros de experiencia del mundo
predispuestos por el lenguaje que hemos heredado, que “nos” habla y del cual
no podemos prescindir para ir míticamente a ‘las cosas en sí mismas’; pero
ir a las cosas en sí mismas no sólo es imposible; sino que no garantizaría
superar la metafísica, porque precisamente el sueño de encontrar el
ser como objeto presente delante de nosotros es lo que constituye la
metafisica”.[iv] La deconstrucción y la critica llegan a tocar lo in – exprimible. La
odisea deconstructivista lleva a la deriva. Pero ya Heidegger, que fue el
primero en repensar la ontología, es decir, en buscar una idea no metafísica
del ser, nos describía en la “Carta sobre el humanismo” (1946) la
imposibilidad de proseguir Ser y Tiempo a causa de la insuficiencia del
lenguaje. Este esfuerzo, y dificultad, de liberarse de la metafísica ha sido
muchas veces definido como crisis del pensamiento contemporáneo, que se
manifiesta entonces como un pensamiento impuro y oblicuo. En el momento
en el que el pensamiento se encuentra delante del escollo de la imposibilidad de
superar la metafísica en la cual se siente atrapado, reconoce su propia oblicuidad,
ambigüedad, incoherencia. Pero esta incoherencia no debe ser interpretada
como un error, porque en realidad es exactamente por medio de la experiencia
de la propia incoherencia que la filosofía hace experiencia del principio, del
propio origen. Escribe Derrida: “Es in historiam la caída del pensamiento
en la filosofía, por medio de la cual la historia empezó”[v]. La
dificultad en la cual el pensamiento contemporáneo tropieza no puede ser
interpretada como un hecho histórico contingente, porque de verdad tiene que
ver con su estructura originaria. Después del entierro de la metafísica
Derrida puede afirmar: “La divergencia, la diferencia, entre Dioniso y
Apolo, entre el impulso (it. slancio) y la estructura no se cancela en la
historia, porque ésa es la historia. Es esa también, en un sentido insólito,
una estructura originaria: la apertura, la historicidad misma”.[vi]
Nace así el discurso sobre la diferencia como estructura originaria del
pensamiento, según el cual el origen del pensamiento (y no del ser que es
pensado), se constituiría en la división de dos o más partes de algo
precedentemente unido (que no puede ser definido porque precede al pensamiento
que lo define), partes que son diferentes, y entonces diferidas. “La diferencia se puede llamar estructura originaria. Aquélla, o sea,
no es dada al ojo del pensamiento como un simultaneo estar divididos en dos o más
partes del ser originario, sino como un diferirse solo en el cual, el origen se
constituye”.[vii]
El origen es entonces diferencia y diferancia. El error de la
metafísica ha sido el de interpretar la relación entre estas partes diferentes
como una relación jerárquica y de pensar que, por medio de ésta fuese posible
una correcta representación de lo que hay en el corazón de las cosas. La
diferencia - diferancia está estrictamente ligada al discurso sobre la
escritura que refleja la estructura del pensamiento. Las
partes han sido, en el curso de la historia de la filosofía, nombradas de
varias maneras: forma – contenido; categorías puras del intelecto –
intuiciones puras de la sensibilidad; mente – cuerpo; significado –
significante; (...) y también lenguaje hablado y escritura. La metafísica es
portadora de un “fono – logo – centrismo” por lo cual el lenguaje es
ante de todo palabra hablada, voz viva, caracterizada por una tal presencia de sí
misma, capaz de advertir el corazón de sí misma, mientras que la escritura
viene generalmente concebida como artificio, degradada al estatus de copia de
copia o medio para imitar una presencia que sin embargo no se deja nunca coger
verdaderamente: la escritura en cuanto técnica de reproducción de la
palabra hablada. Por consiguiente vemos cómo una de las primeras acciones de
ruptura con la metafísica fue el uso de la escritura como algo no sólo
funcional de la palabra hablada, y el rechazo del privilegio dado al texto-libro
como portador de sentido respecto a la frase singular. De allí la importancia
atribuida a un signo que se refiere a sí mismo, porque encuentra en sí mismo
todo a lo que remite sin mirar a un más allá trascendental. Podemos afirmar
que el cierre de la metafísica corresponde a la ilusión de la cuerposidad
del signo, o mejor dicho, que la voluntad de darle el tiro de gracia lleva a
considerar el signo como cuerpo, como algo lleno y jamás forma vacía, apta
para acoger un significado exterior. La
crítica del lenguaje y de la escritura como “metáforas” por parte del
Decostructivismo conduce a una paradoja, ya que la escritura y el lenguaje han
nacido como metáforas. Aquí reside la dificultad del Decostructivismo y de
Nancy, que busca continuamente la forma y la palabra más apropiadas para
exprimir lo que de nuevo hay que empezar a decir o cuánto de lo viejo hay que
reorganizar. De aquí proviene su escritura ardua que parece tender a la
abstracción. En realidad la complejidad lingüística y argumentativa de sus
escritos se demuestra más aparente que real después del impacto inicial y
tiene el fin preciso, funcional a su voluntad de reconstrucción del
“sentido” del pensamiento contemporáneo, de bombardear al lector con
palabras, hasta deformar aquellas que ya tiene o hasta crear nuevas, para abrir
un espacio mental todavía mudo y virgen. El texto de Nancy va en busca de
concreción, de espesor, de materialidad, de sacudir (it. battere) contra
de la pared muda de las cosas, creando un órbita discursiva “vertiginosa”.
La dificultad de la lectura depende de lo que él quiere decirnos: por ejemplo,
afirma junto con Heidegger que “la esencia coincide con la existencia” pero
este postulado contribuye a cambiar el sentido de todo lo que hasta ahora se había
pensado bajo la luz de la metafísica, y empuja a inventar un lenguaje que pueda
hablar con este nuevo sentido. Por esto él vuelve sobre las grandes palabras de
la tradición metafísica, como ser, libertad o cuerpo, consciente,
como afirma Roberto Esposito en la introducción a La experiencia de la libertad,
que “el viejo régimen
de sentido ahora ya acabado sigue proyectando más allá de sí mismo propios
rayos léxicos”[viii].
La
acción deconstructivista y reconstruccionista de Nancy se comprende bien por
medio de las nociones de “ritiro e ritracciamento” subrayadas por
Roberto Esposito en un fragmento a propósito de la vertiente política de su
filosofía, en el ensayo intitulado Libertà in comune, introducción a
la edición italiana de La experiencia de la libertad. Escribe Esposito:
[estas nociones debemos entenderlas en el sentido] “de un ritiro desde
cualquier fundamento trascendente o trascendental y en aquel de ritracciamento, de inscripción de una nueva huella en el tradicional lenguaje político
(...)”. Se presenta por lo tanto “la necesidad de sortear el significado
positivo de los términos en favor de la búsqueda de ese fondo antinómico que
aprieta a sus espaldas y que, aunque abandonado a favor de una formulación mas
unívoca, constituye siempre la originaria fuente de sentido. Porque sólo
reconociendo el movimiento contradictorio que desde el principio los habita e
interrumpiendo la pretensión de identidad consigo mismos, es posible rescatar
los términos de la política de la aporía inconsciente que los empuja a
volcarse en su opuesto (...)”[ix].
Entonces,
esto es un ‘ritiro’ de términos para reinscribirlos; definición en
negativo, o sea, decir lo que algo no es, para dejar espacio libre a un
significado otro. Ejemplar de esta manera de proceder del razonamiento es
el singular análisis que Nancy emprende del papel de Kant en la filosofía
occidental: “Ahora ¿qué tiene que ver todo esto con Kant? Y bien, la tesis
de Nancy ya anticipada en un serie de trabajos precedentes, es que él ha sido
el que más que cualquier otro filosofo ha advertido y registrado en sus textos
esta tensión que desgarra los conceptos, exponiéndolos a una especie de
indecidibilidad, a partir de la cual estos se escurren continuamente – sobre
el plano del sentido – al significado que tiende a imponerle una definición
dada (...). De esta manera la Darstellung kantiana se presenta como la huella
misma de su propio límite. Descartándose continuamente respecto del
significado que pretende vehicular, revela el carácter necesariamente finito de
las propias definiciones (...). Podríamos
decir que el relieve de Kant en la historia de la filosofía consiste
precisamente en el hecho de que él lleva cada concepto hasta el límite de su
significación manifiesta, asomándolo contemporáneamente sobre el enigma de
un diferente sentido”[x]. Pensamos, por ejemplo, en la definición de Imperativo Categórico
que
es paradójicamente asumida como garante de la libertad: “la ley no prescribe
a la libertad que de ser tal – pura inicialidad [inicialità]”. El
razonamiento de Kant se extiende hasta llegar a contener su opuesto, hasta la máxima
antinomia: “la libertad es considerada como una especie particular de
causalidad”[xi]
demostrable por medio de las leyes practicas de la razón pura. La libertad es
para Kant una necesidad. Es
exactamente en el límite del razonamiento, por primera vez tocado por
Kant, que Nancy individua una zona franca, desde la cual es posible partir con
un pensamiento original y libre de cualquier determinación. Este espacio
vacío que se crea por medio de la exasperación del pensamiento, da la
posibilidad de un nuevo sentido, o mejor dicho, de múltiples sentidos, yacentes
en la relación y ya no más en los singulares términos que ésta une. El
sentido del pensamiento contemporáneo es indagado en Un pensamiento finito en
el que Nancy muestra la finitud de un pensamiento que mira al propio interior en
lugar de a su exterior, intentando tocar su propio corazón y el corazón de las
cosas. Luisa Bonesio en el ensayo Un pensiero sublime, apéndice a la
edición italiana de Un pensiero finito, toma conciencia del hecho que
“(...) hay un presentarse que es inapropiable, o sea, no representable, no
registrable en un significado, en cuanto es un darse y al mismo tiempo un
sustraerse, un velarse. Hay un darse que es, en cuanto tal, asentarse; pero como
subraya Nancy, la constatación que hay algo y no la nada no quiere evocar un
pathos de la maravilla delante del Ser, sino remandar, más bien, a la necesidad
de esta constatación (...). Tocar el corazón de piedra de las cosas es el
papel del pensamiento, y el tocar su propio limite, la propia finitud y la
finitud de la cosa en cuanto esencial multiplicidad, “reserva extrema” del
sentido o del ser”[xii]. Derrida,
definió Nancy, el más grande filosofo del contacto y del tocar: para tocar el
corazón duro de las cosas, para no reabsorberlas en la atribución de
significados, para no inscribirlas en un paradigma proyectivo, es necesario que
el enunciado vaya a e – escribirse ( e- scriversi) en aquéllas. Entra
en juego la figura de la e – escriccion (it. e – scrizione),
nueva escritura. Un pensamiento finito no puede que e – escribirse: escribirse
fuera. El pensamiento se excede a sí mismo y pesa (it. grava)
fuera de sí mismo en la tentativa de coger la cosa impenetrable. “La finitud
del pensamiento determina su pesadez, su peso. El peso ante todo: el peso
es la finitud misma, el peso de la cosa en cuanto excede al pensamiento, pesa
(it. grava) a su exterior”[xiii]. La impenetrabilidad de la cosa es lo que pesa (it.
grava) sobre la razón y la llama a ser tal. Entonces la figura del peso del
pensamiento es importante, y es simétrica a la del corazón de las cosas
y de su latido silencioso e inmóvil. La piedra dura e opaca
es otra importante figura recurrente del discurso de
Nancy sobre el pensamiento contemporáneo, e indica cuánto hay de más lejano
del reino del significado y del espíritu”[xiv]:
el corazón de las cosas es un corazón duro y pesante contra el cual el
pensamiento se quiebra reconociendo su propio límite, y por eso el pensamiento
– lenguaje no debe inscribir las cosas en un significado, sino e –
escribirse sobre las cosas mismas, intentando coger lo que hay de lejano en éstas,
y obteniendo así un contacto más intimo. Se
trata de un movimiento único y paradójico, por medio del cual el pensamiento
da más espacio al cuerpo de las cosas, experimenta la propia finitud, y
por esto deviene en un pensamiento sublime, si se abraza la definición
kantiana de sublime como aquel sentimiento que nace en el momento en el cual la
imaginación advierte el propio límite delante de la totalidad sublime. Pensamiento
sublime porque “(...) reconoce en el inmóvil, pesado y mudo latido del
corazón de piedra de las cosas, el contexto de su ocurrir, su afuera
ineludible, el limite intraducible en el cual la representación encuentra su
final”[xv]. Corpus A
este punto tendría que quedar clara la conexión entre el discurso sobre la
escritura y la diferencia, y Corpus[xvi], publicado en Francia por la primera vez en 1992, en cuyas cien páginas esta
concentrada, de forma hipertextual, toda la filosofía del cuerpo de Jean Luc
Nancy. En este libro el autor prueba anular lo más posible la distancia entre
la escritura y su sujeto, intentando al mismo tiempo acuñar nuevas palabras
para una nueva ontología: ontología corpórea. Ya el titulo indica
contemporáneamente el argumento de que trata, el cuerpo, y la forma con
la cual es contado, un corpus: recolección y elenco de las
manifestaciones del cuerpo, que sustrae su imagen y su discurso a la organización
orgánica de la cual ha sido objeto desde siempre – constituyéndose así al
mismo tiempo como crítica literaria. Como dice Antonella Moscati, esta manera
de hacer hablar al cuerpo lo
sustrae del horizonte bio – teleológico del organismo para entregarlo al
horizonte del acontecimiento. ¿Que
significa todo esto? Significa dejar de pensar un cuerpo organizado sobre la
base de una finalidad separada, a favor de un cuerpo post – orgánico o in –
orgánico (en palabras de Mario Perniola[xvii]),
materia homogénea o cosa, ya no medio material que el ser humano posee para
dirigirse a un fin trascendente, sino que ocurre como evento determinado en sí
mismo. El cuerpo es el pensamiento finito. Aquí se inserta la frase
perno de la filosofía del cuerpo de Nancy:
“no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo”. O sea, no lo poseemos: lo somos, “lo existimos”, lo vivimos. Ser cuerpo. Se trata de un problema ontológico: cuerpo es sinónimo de existencia, y si el ser es esencia y la esencia es existencia, entonces el cuerpo es el ser. Aquí tenemos una nueva ontología, con la cual Nancy contradice el Cogito ergo sun cartesiano: el ser - esencia, está dentro, fuera, arriba y abajo, en todos lados, hic et nunc. Ver de manera diferente la relación entre ser, esencia y existencia comporta una nueva vision de la relación entre ser y cuerpo, y entonces del cuerpo humano, sea como ente que constituye el mundo junto con los demás entes, sea en cuanto carne, vida, existencia humana. Desde
el principio se advierte que Corpus gravita alrededor del discurso de Derrida sobre la Diferencia: la
diferencia entre el pensamiento y el cuerpo, entre la forma y el contenido, es
una diferencia originaria que, en
la imposibilidad de absorbimiento de una parte en la otra, establece la
necesidad de una mediación por medio del lenguaje. Corpus
expone un concepto de cuerpo que se
contrapone a aquello de cuerpo receptáculo del alma – asumido por nuestra
cultura desde Sócrates en adelante – metáfora de la construcción orgánica
del texto, porque el autor con este libro no quiere escribir del o sobre el
cuerpo, sino quiere e – escribir el cuerpo, devolverle justicia por una
vez por medio de la escritura y exponer su esencia, esa de ser lugar de
existencia, del cual el pensamiento forma parte. E – escribir el
cuerpo significa tocarlo con el pensamiento y respetarlo, para hacer de
manera que se incida, se esculpa y se hable en el texto. Estamos delante de un
verdadero experimento de escritura, en la promesa de simultaneidad de forma y
contenido, que hace del discurso del cuerpo un relato paradójico, con el objeto
de no constreñirlo en una definición unívoca y absoluta. : “Hay, en
conclusión, casi una promesa de callar. Y no tanto de callar a propósito
del cuerpo, sino más bien de callar al cuerpo, sustrayéndolo materialmente a
las improntas significantes, aquí, directamente, en la pagina escrita y leída”.[xviii]
Es una tentativa de comunicar el cuerpo sin significarlo, de plasmar el
texto siguiendo las formas de la materia, de la carne, con la conciencia que es
un propósito fracasado desde el principio, porque nosotros conocemos sólo
cuerpos significantes, y nunca cuerpos significado. La
e – escricion como escritura apropiada del cuerpo se posiciona sobre el
límite que separa el pensamiento desde el cuerpo, del cual el leguaje
toca su indecible alteridad. Más que en la escritura, en su límite, en su
punto extremo, en la extremidad de la escritura. “La escritura tiene su
lugar en el limite (...). A la escritura le corresponde sólo tocar al
cuerpo con lo incorpóreo del sentido y de convertir, entonces, lo incorpóreo
en tocante y el sentido en un toque (...). La escritura llega a los cuerpos
según el límite absoluto que separa el sentido de ella, de la piel y los
nervios de ellos. Nada pasa, y es exactamente allí que se toca”[xix].
La e-escrición al límite es el espacio en el cual el físico toca el metafísico:
la estética y la literatura. La
e – escrición del cuerpo se pone en el límite porque esta es aquella zona
neutra en la cual lo conocido desemboca en lo otro respecto de sí, y en el cual
entonces se abre un abanico de prospectivas y la posibilidad de un nuevo
sentido. La línea de separación es el único lugar desde el cual el lenguaje
toca lo indescriptible, y desde el cual el pensamiento puede, fugazmente, tocar
el cuerpo, dejándolo en lo que es, dejándolo alteridad, sin forzarlo a un
concepto claro y distinto. El límite deviene
en el único sentido que puede tener el pensamiento contemporáneo, que se hace
portador de un sentido finito. La
e – escricion conduce a un discurso a – céfalo y a – falico : “ Platón quiere que un discurso tenga
el cuerpo bien formado de un gran animal, con cabeza, vientre y cola. Para
nosotros el discurso sin cabo ni cola es un sinsentido; siempre nos dirigimos al
sentido y más allá de eso somos obligados a ceder. El cuerpo allí donde se
cede mas allá del sentido, y esto
no es “sin sentido” en cuanto absurdo, pero indica que se trata de un
sentido que ninguna figura del sentido conocida puede acercársele. Sentido que
tiene sentido allí donde para el sentido está el limite. El discurso cuerpo no
tiene ni cabo ni cola, porque nada hace de soporte a esta materia, (...)
necesita otras categorías de fuerza y de pensamiento (...)”[xx]. La
idea de cuerpo que surge es esa de lugar de abertura del ser, lugar de
existencia. El lugar es un espacio abierto, indefinido, a – céfalo y a
– falico, a – estructural, que recibe la propia estructura por el
pensamiento que cada vez lo piensa. La característica de un cuerpo es el de ser
una exterioridad no pensable en sí misma, ni pensante, una alteridad que pesa
fuera del pensamiento y que lo fuerza a calibrar alrededor de sí misma el
propio movimiento, porque más allá de él no hay nada. Así como la piel que
nos recubre es el umbral en el cual sucede nuestra exposición al exterior,
sobre el cual se conectan y se cruzan las diferentes “estesias”, por medio
de las cuales nos tocamos y entramos en contacto. El cuerpo es el ser aquí y
ahora, es la exposición[xxi]
de la existencia, la superficie. Cada
zona del cuerpo tiene en sí misma el valor de lugar de exposición del ser, sin
algún telos extrínseco. El cuerpo es la exposición finita de la
existencia que en eso se vuelve evidencia. Si para Descartes la verdad
del pensamiento es la única clara y distinta, para Nancy la única verdad es la
evidencia sensible aquí y ahora de este cuerpo, de esta materia, sin jerarquías,
en cada uno de sus lugares. El
conocimiento del, y por medio del, cuerpo nunca es total y absoluto, sino modal
y fragmentado, y la forma del discurso que mejor lleva tal saber es la de un Corpus,
justamente, una cartografía, una elenco de las zonas del cuerpo que ofrece un
conjunto de acercamientos ecuos, mostrando todo lo que puede ser para nuestra
exploración sin programa ni prejuicio. Lo que importa en Corpus no es el
todo orgánico, sino las partes sueltas y sus posibles, en cuanto múltiples,
relaciones. Fragmentación, suspensión e interrupción, devienen en
importantes características de dicho texto, porque cada parte tiene el mismo
valor, y es un lugar de venida a la presencia del cuerpo, y por consecuencia del
ser. El proceso, el recorrido, la relación, más que el resultado final,
son puestos en primer plano: la estructura hipertexual de Corpus, manual
de ontología corpórea, nace con la conciencia de que no existe una verdad
soberana, infinita y eterna, para comunicar, sino una verdad como evidencia
contingente en cada aquí y cada ahora, así como con la voluntad de dar al
propio lector la justa libertad de elegir una personal ruta de sentido. Breve
bibliografía seleccionada Corpus.
Ed.
Cronopio, Napoli, 1995 y 2001 [i]
Gianni Vattimo, Derrida e l’oltrepassamento della metafisica, introduccion
a J.Derrida, la scrittura e la differenza. Ed. Giulio Einaudi,
Torino, 1971 – 1990.
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