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Un escenario suspendido entre lo imaginario y lo simbólico dio la bienvenida a los asistentes. Una habitación totalmente blanca fue especialmente construida en la planta baja del Pabellón de Milán. En el interior, detrás de una puerta cerrada, Regina José Galindo yació desnuda, en una especie de lápida. La temperatura era baja, como en una morgue. Una persona a la vez tuvo acceso a la artista. Un espejo se le dio a cada persona: colocándolo cerca de las fosas nasales de Galindo, los visitantes pudieron llevarse el aliento nublando en la superficie, la única señal de que contradecía todos los síntomas de una muerte aparente.
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