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Bogotá
es una ciudad del interior de Colombia, sin mar, sin palmeras, sin sol sobre la
cara. Pero por estos días un intenso color verde marino, contrasta con las
grises calles de la ciudad y tras él, hombres vestidos de amarillo navegan
entre lodo, cemento, tubos y cables. Bogotá es una ciudad “interiormente”
en construcción. Durante
los últimos años la cuidad capital ha estado en un intenso intento por
proporcionar soluciones al tráfico, a la difícil situación política, a la
actitud de muchos ciudadanos consumidos en el estrés y la ira, incluso a la estética
de un lugar ansioso por tener una nueva cara. Lo que ha llevado a serias
preguntas y reflexiones sobre el espacio y el entorno; además de despojos,
maquinas y desorden, claro. Lo
efímera que se ha vuelto la calle condujo a representarla dentro de esa
necesidad por algo concreto y a retomar el caos como una posibilidad bella. Exposiciones
ambulantes, cientos de artistas, científicos, empresarios y hasta desplazados
por la violencia de áreas rurales, recorren las calles de la ciudad, ahora
vestida de verde, para devolverle un poco de “cordura” a los bogotanos. Hacer
evidente lo evidente Elías
Heim, un artista con un currículo impresionante y después de estudiar arte en
Jerusalén y Munich, cae en las manos de esta ciudad en desarrollo en donde
coincidiría con otros en considerarla como un entorno tentadoramente atractivo
y ansioso de aprender. Él
junto con la Universidad Nacional de Colombia y la Maestría de Artes Plásticas
y Visuales han desarrollado un curso de educación continuada que lleva por
nombre “La intervención urbana como proyecto artístico”. El
curso busca “abrir espacios de interlocución con el público y los problemas
de la obra de arte” evidentemente enfocados hacia una visión urbana y analítica
sobre las problemáticas que pueda presentar la ciudad. El
curso-taller se basa en conceptos de dos pensadores actuales de los espacios
urbanos, Aldo Van Eyck y Walter Graskamp. Y finaliza en una muestra que
interfiera el espacio o que se apropie de la interferencia del entorno para
crear una obra, que no pretende ser estética, pero sí generar reacciones o
hacer evidente situaciones que caen en lo cotidiano. Re
– formada “Bogotá
es una ciudad deformada en varios aspectos sociales, pero es evidente que el
arte a mostrado grandes avances con el pasar de los años”. Esa es la
descripción, sobre la ciudad, que dio a action.art Gilma Suárez (Directora de Fotomuseo). Una
empresa privada sin animo de lucro, dirigida por una mujer con muchos
compromisos, pero con una visión clara sobre lo que quiere mostrar. Fotomuseo
se ha convertido en su forma de luchar por el arte en la capital de Colombia,
porque cómo dice ella “el arte es calidad de vida”. De
cinco a seis exposiciones por año de aproximadamente 45 días de recorrido por
las distintas calles citadinas y distintas temáticas y autores conforman uno de
los proyectos más atractivos que actualmente se presenta. Sumado a esto una
“Foto-maratón” que se realiza cada año, organizada por la misma empresa,
con el fin de hacer un registro póstumo de la Bogotá actual. El
proyecto, que afirman fue pionero en el mundo, ahora ha sido aceptado por otras
capitales del mundo como París, Lima y Quito, demostrando lo recursivo y audaz
que puede ser el arte y la importancia que tiene en una sociedad que necesita
espacios para encontrarse con otra perspectiva, re-formarse. Vértigo
y fuego Colombia,
un país sacudido por la violencia, ve aterrado, como campesinos se ven forzados
a movilizarse a las grandes ciudades; dejando atrás los verdes cultivos y sus
sencillas pero tranquilas y enriquecidas vidas. Ante
el masivo desplazamiento forzoso, las ofertas de empleo para una población que
es sabia en sus labores agrícolas pero no en las necesidades de la ciudad se ve
bastante disminuido. Por esta razón se ha visto una no despreciable cantidad de
personas trabajando en las calles. Pero no todos son vendedores ambulantes. Son
las seis de la tarde y Héctor ya esta junto al semáforo con un tarro de
combustible-bebedizo y unas antorchas. Él es un desplazado pero junto a otros
personajes, entre artistas, excirqueros e incluso miembros de varias compañías
de artes escénicas y claro más campesinos sin hogar que se reúnen en
distintas partes de la ciudad para mostrar un espectáculo repetitivo y hasta
peligroso, hacen que sus vidas sean un poco más llevaderas. Algunos
por gusto y otros por necesidad y otros por ambas, como Héctor, hacen de Bogotá
una tarima donde recrearse por unos cortos minutos. La
azulada penumbra invade el entorno, las luces de stop de los autos se encienden
y la luz roja del semáforo da la señal de inicio al espectáculo. Un hombre
que nadie reconoce hace una venia algo tímida a su publico y súbitamente
enciende tres antorchas, de su boca escupe el mortal bebedizo que según dice
“a veces quema las entrañas” e ilumina con un destello las azules y
lluviosas noches. Pronto
su destreza se hace notar, no en vano a practicado durante horas y en ocasiones
sin un bocado de comida. Al final una pirueta brillante y un suave gesto de
alegría ante la hazaña, otra venia y la luz verde da por terminada la función.
Como recompensa 500 Pesos, algo así como una sexta parte de un euro. Según
él aunque sólo gana unas cuantas monedas cada noche, su máxima satisfacción
es “refrescar un poquito las caras amargas de los que miran”. Su trabajo
como campesino ya no es una opción pero el “hacer que alguien se emocione”
(arte) es un trabajo que lo complace a pesar del pasado.
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