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Verde Marino
David Jaramillo



Emplazamiento de la Obra de Arte en el Espacio Expositivo
Taller dirigido por: Elías Heim

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bogotá es una ciudad del interior de Colombia, sin mar, sin palmeras, sin sol sobre la cara. Pero por estos días un intenso color verde marino, contrasta con las grises calles de la ciudad y tras él, hombres vestidos de amarillo navegan entre lodo, cemento, tubos y cables. Bogotá es una ciudad “interiormente” en construcción.

Durante los últimos años la cuidad capital ha estado en un intenso intento por proporcionar soluciones al tráfico, a la difícil situación política, a la actitud de muchos ciudadanos consumidos en el estrés y la ira, incluso a la estética de un lugar ansioso por tener una nueva cara. Lo que ha llevado a serias preguntas y reflexiones sobre el espacio y el entorno; además de despojos, maquinas y desorden, claro.

Lo efímera que se ha vuelto la calle condujo a representarla dentro de esa necesidad por algo concreto y a retomar el caos como una posibilidad bella.

Exposiciones ambulantes, cientos de artistas, científicos, empresarios y hasta desplazados por la violencia de áreas rurales, recorren las calles de la ciudad, ahora vestida de verde, para devolverle un poco de “cordura” a los bogotanos.

Hacer evidente lo evidente

Elías Heim, un artista con un currículo impresionante y después de estudiar arte en Jerusalén y Munich, cae en las manos de esta ciudad en desarrollo en donde coincidiría con otros en considerarla como un entorno tentadoramente atractivo y ansioso de aprender.

Él junto con la Universidad Nacional de Colombia y la Maestría de Artes Plásticas y Visuales han desarrollado un curso de educación continuada que lleva por nombre “La intervención urbana como proyecto artístico”.

El curso busca “abrir espacios de interlocución con el público y los problemas de la obra de arte” evidentemente enfocados hacia una visión urbana y analítica sobre las problemáticas que pueda presentar la ciudad.

El curso-taller se basa en conceptos de dos pensadores actuales de los espacios urbanos, Aldo Van Eyck y Walter Graskamp. Y finaliza en una muestra que interfiera el espacio o que se apropie de la interferencia del entorno para crear una obra, que no pretende ser estética, pero sí generar reacciones o hacer evidente situaciones que caen en lo cotidiano.

Re – formada

“Bogotá es una ciudad deformada en varios aspectos sociales, pero es evidente que el arte a mostrado grandes avances con el pasar de los años”. Esa es la descripción, sobre la ciudad, que dio a action.art Gilma Suárez (Directora de Fotomuseo).

Una empresa privada sin animo de lucro, dirigida por una mujer con muchos compromisos, pero con una visión clara sobre lo que quiere mostrar. Fotomuseo se ha convertido en su forma de luchar por el arte en la capital de Colombia, porque cómo dice ella “el arte es calidad de vida”.

De cinco a seis exposiciones por año de aproximadamente 45 días de recorrido por las distintas calles citadinas y distintas temáticas y autores conforman uno de los proyectos más atractivos que actualmente se presenta. Sumado a esto una “Foto-maratón” que se realiza cada año, organizada por la misma empresa, con el fin de hacer un registro póstumo de la Bogotá actual.

El proyecto, que afirman fue pionero en el mundo, ahora ha sido aceptado por otras capitales del mundo como París, Lima y Quito, demostrando lo recursivo y audaz que puede ser el arte y la importancia que tiene en una sociedad que necesita espacios para encontrarse con otra perspectiva, re-formarse.

Vértigo y fuego

Colombia, un país sacudido por la violencia, ve aterrado, como campesinos se ven forzados a movilizarse a las grandes ciudades; dejando atrás los verdes cultivos y sus sencillas pero tranquilas y enriquecidas vidas.

Ante el masivo desplazamiento forzoso, las ofertas de empleo para una población que es sabia en sus labores agrícolas pero no en las necesidades de la ciudad se ve bastante disminuido. Por esta razón se ha visto una no despreciable cantidad de personas trabajando en las calles. Pero no todos son vendedores ambulantes.

Son las seis de la tarde y Héctor ya esta junto al semáforo con un tarro de combustible-bebedizo y unas antorchas. Él es un desplazado pero junto a otros personajes, entre artistas, excirqueros e incluso miembros de varias compañías de artes escénicas y claro más campesinos sin hogar que se reúnen en distintas partes de la ciudad para mostrar un espectáculo repetitivo y hasta peligroso, hacen que sus vidas sean un poco más llevaderas.

Algunos por gusto y otros por necesidad y otros por ambas, como Héctor, hacen de Bogotá una tarima donde recrearse por unos cortos minutos.

La azulada penumbra invade el entorno, las luces de stop de los autos se encienden y la luz roja del semáforo da la señal de inicio al espectáculo. Un hombre que nadie reconoce hace una venia algo tímida a su publico y súbitamente enciende tres antorchas, de su boca escupe el mortal bebedizo que según dice “a veces quema las entrañas” e ilumina con un destello las azules y lluviosas noches.

Pronto su destreza se hace notar, no en vano a practicado durante horas y en ocasiones sin un bocado de comida. Al final una pirueta brillante y un suave gesto de alegría ante la hazaña, otra venia y la luz verde da por terminada la función. Como recompensa 500 Pesos, algo así como una sexta parte de un euro.

Según él aunque sólo gana unas cuantas monedas cada noche, su máxima satisfacción es “refrescar un poquito las caras amargas de los que miran”. Su trabajo como campesino ya no es una opción pero el “hacer que alguien se emocione” (arte) es un trabajo que lo complace a pesar del pasado.