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> De Hogueras y Mujeres
Rosalba Moreno Moreno

 

 

Entre humo y llamas sus voces acallar pretendieron. Obreras de una fábrica, en Nueva York, entraron en huelga. Igual salario por igual trabajo, descanso dominical y jornada de 10 horas eran sus exigencias. Hoguera colectiva fue la respuesta. En ella ardieron las vidas de 129 mujeres. Sucedió un 8 de marzo, hace ya casi cien años.  Otro 8 de marzo, en 1904, también en Nueva York, cerca de 40 mil trabajadoras textiles se habían declarado en huelga exigiendo jornada laboral de 12 horas y no de 16. 

Iguales peticiones podríamos hoy presentar millones de mujeres colombianas. Podríamos, digo, si el miedo no rondara sobre nosotras y nosotros. Miedo al desempleo, a la pobreza, a la enfermedad, a la violencia común, familiar, social, a la guerra, a los estertores de la herida naturaleza cuyas catástrofes en aumento van, a la condena eterna con que, desde la infancia nos enseñan,  pagaremos entre humo y llamas la osadía de intentar libertad y felicidad, a la muerte que tras cada esquina pareciera esperar si al mensaje de terror televisivo creemos. 

Vender, vender, vender. Barato, barato, barato. ¿La fórmula? Salarios de menos de un dólar al día, en jornadas sin límite de tiempo e inhumanas condiciones. ¿A qué preocuparse por la sobrevivencia de la mano de obra? Siempre habrá a la espera alguien dispuesto a ganar menos. Mejor si es mujer. Mejor aún si es cabeza de familia. Sus "naturales cualidades" la convierten en especialmente apta para aguantar la flexibilización laboral, rimbombante nombre que oculta la vuelta a una esclavitud  globalizada. 

Aunque, nunca se sabe. Al fin de cuentos lo que entre humo y fuego intentaron acallar en Nueva Cork, casi cien años atrás, sigue en pie: la decisión de luchar por vida digna pervive hoy en millones de mujeres y hombres colombianos y colombianas que, levantándonos de entre el humo y el fuego de los últimos años empezamos a derrotar el miedo sembrado a punta de sangre y pólvora. 

Que no sean rabia y desesperación las que se impongan, que sobre la sangre derramada sean semillas de vida y dignidad las que entre todas y todos hagamos germinar.

II. 

Siglos atrás unos 9 millones de personas fueron juzgadas y ejecutadas por la Inquisición en Europa y América. Los nombres de Copérnico, Giordano Bruno, Galileo Galilei pasaron a la historia. Silencio en cambio se impuso sobre millones de mujeres poseedoras de conocimiento y habilidades curativas quienes, acusadas de brujería, ardieron en la hoguera.  Sobre sus cenizas se abrió paso la práctica de una medicina que salud y vida en mercancía convirtieron. 

Desde el "No desearás la mujer de tu prójimo" escrito a fuego en las tablas del Monte Sinaí, nuestros cuerpos de mujeres y nuestra capacidad reproductiva se convirtieron en la primera propiedad privada de la historia. Y en codiciado botín de guerra. 

En los últimos veinte años, la guerra de “baja intensidad” impulsada en territorio colombiano, ha cobrado la vida de al menos setenta mil personas y ha significado el despojo de sus tierras para más de tres millones de campesinas y campesinos. La cifra y los nombres de mujeres violadas o asesinadas por ser “la mujer de”, nunca se sabrá.   

Semillas y cuerpos de mujeres en el centro de la batalla por la vida. De las hogueras levantadas en la Inquisición y del recuerdo horrorizado de las chozas quemadas en miles de veredas de nuestra geografía, vientos soplan hoy animando a juntar hilos en cuyo tejido aniden florecientes semillas que humanidad y dignidad rescaten para todas y todos. 

III. 

1792. Francia. Tiempos de Revolución. "Igualdad, Libertad, Fraternidad" era consigna que los mares cruzaba. Olimpia  de Gouges lo creyó. "¡Mujer despierta! ... Descubre tus derechos... Está en vuestras manos liberaros a vosotras mismas. Solamente tenemos que desearlo", escribió y  proclamó los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Esta vez no hubo hoguera. Su cabeza cortada en la guillotina sería el precio a pagar. "Olvidó las virtudes de su sexo para mezclarse en los asuntos de la República" diría la sentencia. 

Sin sentencia escrita, en cambio, machete, hacha o motosierra, en vez de guillotina han hecho y siguen haciendo rodar por tierras de Colombia cabezas mutiladas de campesinos y campesinas,  convertidas incluso en macabras pelotas con las que, enfrente de familias y comunidades, juegan fútbol los asesinos. Para sembrar terror y propiciar la huida.

Esa que en oleadas inocultables al inicio y gota a gota en los últimos tiempos, sigue expulsando hacia los cerros de nuestras ciudades mujeres, hombres, niños, niñas sacrificados en el altar del libre mercado. Esclavitud laboral para algunas y algunos. Para la mayoría, rebusque callejero o ingreso a los bandos y bandas nacidos al calor de una publicitada "desmovilización" en impunidad cimentada e impulsada en cumplimiento del plan de control total territorial y poblacional. Ejércitos de reinsertados cuyo número compite con los numerosos  partidos que en la contienda electoral sensación de participación vender pretenden y que, en muchos casos, cuentan y seguirán contando votos obtenidos a punta de terror. 

Otro camino ofrece el libre mercado. En ejercicio del derecho de propiedad y gracias al mito de las dos mujeres: "la puta para el placer, la santa para criar los herederos", prostitución y trata de blancas figuran hoy, junto a venta de armamentos, narcotráfico y ganancias financieras, como las más rentables actividades en la economía mundial.  

Con jubilosos titulares, prensa, radio, televisión pregonan satisfechos las ganancias de sus dueños y sus socios trasnacionales. Zigzagueando entre el capitalino tráfico, Camila recuerda lo perdido. Olor a tierra fresca, maíz, fríjol,  trae a veces el viento. Humo y fuego también y alaridos y llanto. A sus diez años deambula, guiando un flaco burro por las céntricas calles capitalinas.  En el carga desperdicios que, sacados de basureros, permiten a su familia sobrevivir.  

De desechos viven los declarados desechables. Los que sobran y no importan porque basta con garantizar un porcentaje de población con ingresos y mentalidad de compradores de artículos desechables para seguir garantizando las ganancias. Los otros sobran. Que vivan de los desechos. O se mueran. Están excluidos. 

Y excluidos con ellos el verde de la selva y de los bosques o el cambiante colorido de los campos de alimentos sembrados. Por si acaso la desmemoria cultivada a punto de espectacular inmediatez televisiva cubrió ya las imágenes de Tsunamis y Katrinas, las cada vez más cambiantes temperaturas capitalinas, son alertas que hasta nosotras y nosotros envía la amenazada madre tierra recodándonos que es común el destino que construyendo, o destruyendo, vamos. 

Por eso continuando el llamado de Olimpia, y siguiendo la huella de las obreras neoyorkinas, miles de mujeres colombianas levantamos hoy propuestas de agricultura orgánica, organización local, soberanía alimentaria, sobre el agua y territorial, despenalización del aborto y soberanía de las mujeres sobre nuestros cuerpos y vidas, devolución de las tierras usurpadas a las comunidades campesinas, negras e indígenas. Y levantamos nuestra voz exigiendo y construyendo Verdad, Justicia y decisión de hacer realidad los derechos que han pretendido y pretenden arrasar.    

Día a día inventando la sociedad que queremos construir. Ni abajo, ni arriba, ni detrás, ni delante de los hombres. Con unidad entre lo íntimo, lo privado y lo público. Con respeto a la Naturaleza. Rescatando el valor de la vida y el trabajo y con ellos desterrando injusticia y guerra.  

Para que de nuevo en campos y ciudades sea vida plena para todas y todos la que acaricien los rayos de la luna amiga en noches florecidas de múltiples formas de amor, de expresión, de lenguajes y culturas....