artículo
Una poética de la
naturaleza del arte de la acción
La desnaturalización
del arte en la obra de Daniel Acosta
por
Alberto Caballero
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La acción del arte
en la naturaleza
No vamos a tratar aquí la cuestión de la naturaleza si no
la pensamos desde el arte; no haremos una
lectura desde las ciencias
de la naturaleza, como por ejemplo la botánica o la
biología. De la misma manera que no podemos pensar lo humano sin
el lenguaje, pues lo humano tiene como naturaleza el lenguaje, no podemos pensar las cosas sin las ideas.
Esto es, para lo humano
no hay otra naturaleza que la científica o la del arte. La naturaleza
de la religión es una naturaleza
espiritual: el cuerpo está rechazado desde la naturaleza de lo
religioso, y la naturaleza es el lugar del pecado. La primera representación
de la naturaleza es la de Adán y Eva: se trata lo humano en su
naturaleza de pecado.
En los cuadros religiosos de Leonardo o Rafael, entre otros,
la naturaleza está representada al fondo, de manera muy reducida,
a modo de paisaje pequeño. Lo fundamental aquí es la escala; el
mundo aparece reducido a una pequeña escala, lo importante es el
mundo de lo espiritual. La naturaleza se ve por una ventana, por
un arco, por una puerta, por un vano…, es algo lejano y distante a
una escena donde lo central es el Otro espiritual.
De aquí en adelante la naturaleza pasa al dominio de la
naturaleza de la geometría: parques,
jardines, fuentes y monumentos se diseñan geométricamente. La distancia
y la luz tendrán un valor de infinito, más que un valor formal; lo
infinito del espíritu como propuesta del discurso de la religión.
En la Era de las Ciudades Italianas, Firenze, Venezia o
Pisa, desaparece la naturaleza,
que se convertirá en la naturaleza de las ciudades: su geometría,
su planificación, sus puntos de vista... Lo humano es ahora un
ciudadano que habita las ciudades; la naturaleza es algo distante
y modulado por la ciudad y sus vistas. Un ejemplo de ello es Canaletto.
En los siglos siguientes,
XVII y XVIII, se intenta recuperar la naturaleza olvidada de ciudades,
palacios e iglesias como espacio de lo bucólico (Marie Antoniette (2006) de Sophie Coppola nos muestra esto), como lugar retirado del mundo
urbano, para recuperar algo de la naturaleza, del
espíritu olvidado. Ahora
el espíritu se hace naturaleza: se trata de una naturaleza del
espíritu, de la entrada a las ciencias de la naturaleza. Así, el
hombre cultivado y culto es aquel que sabe de la naturaleza: de
botánica, de zoología, de etnología, de biología, etc.
Por otro lado, surgen los mundos exóticos: las aventuras
en lugares exóticos y distantes, los grandes viajes, fundamentalmente a África, en un intento de recuperar algo de
la naturaleza salvaje. El concepto de exótico, excéntrico o extraño
invade a la naturaleza; lo extraño viene de África, incluso de
América Tropical y de América del Norte; lo exótico también viene
del mundo árabe e incluso de China. En cada caso el tratamiento
de la naturaleza es particular, pero, en general, la naturaleza
vuelve a ser vista por la naturaleza humana, por la lente humana:
es la representación que ésta
quiere darle.
Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de la representación?
La geometría, la geometría descriptiva, el punto de vista, el horizonte,
los puntos de fuga, etc. van a ser los elementos componentes de
la representación, y es por este aparato que pasa la representación
de la figura humana y, por qué no, la de la naturaleza. La naturaleza
siempre ha sido una representación, sólo puede ser vista por el
aparato de la representación. Incluso los jardines, los parques,
las series de bonsái japoneses
o los balcones son maneras de hacer pasar a la naturaleza por la
representación. Todo ello que suponemos que queda fuera, la naturaleza
salvaje como la amazonía, las cataratas, los glaciares, también
cae bajo la tiranía de la representación, la de la representación
científica: es el punto de vista de los científicos, biólogos,
botánicos, zoólogos, etc. el que nos permite tener una lectura de ella.
Así, poco a poco, avanzado el XIX, y con la llegada de los
aventureros (Lawrence de Arabia a la cabeza), las representaciones
de la naturaleza tendrán fines diversos: económicos, comerciales
(El paciente inglés) e incluso
arqueológicos (excavaciones de Troya, Pompeya y
al final Egipto entero). La representación de la naturaleza tendrá un
alto valor histórico, como registro
de civilización. Pronto surgen
los descubrimientos de petróleo, de caídas de agua para la electricidad,
de yacimientos de minerales, de plantaciones intensivas con algo
valor comercial (el opio, la coca, la marihuana, etc.), que
van dando a la naturaleza un valor completamente diferente: ya
no será el lugar lejano (Memorias de África), el lugar del
retiro de lo mundano, tampoco será el lugar de investigación para
los científicos y los grandes descubridores, sino que se convertirá en el
lugar del expolio. El mensaje será otro: ‘Debemos extraer todo
lo que se pueda de la naturaleza, la debemos devastar’.
La ciencia y el arte han ido siempre juntos en este recorrido.
En este sentido, en la exposición Cosmos,
del romanticismo a la vanguardia (1801-2001), presentada
en Barcelona en 2001, su comisario, Jean Clair,
intentó mostrarnos que la naturaleza siempre ha sido el lugar perdido
de lo humano, por un lado un mito, por otro la ilusión de un reencuentro. Con
la mirada, lo humano intenta recuperar en el pasado lo que no puede
encontrar en el porvenir. Ya lo dice Freud en su texto El
porvenir de una ilusión; la naturaleza por venir
es una ilusión. Pensemos en la ruta de la seda, en el descubrimiento del cabo sur en África más
adelante, o en el descubrimiento de América, cuando se pensó que
se alcanzarían las Indias por otra ruta... Siempre
encontramos algo diferente, algo nuevo, cuando buscamos lo perdido:
lo último, el espacio, como nuevo infinito y,
al final, los agujeros negros. ¿No son éstos, acaso, lo que estaba primero? El origen ¿no es un agujero negro? Buenas preguntas.
Hemos hecho una pequeña vuelta para retomar las acciones
del arte sobre la naturaleza. El último gran redescubrimiento de
la naturaleza por el arte ha sido el impresionismo. Éste disuelve
la naturaleza en pura luz, en puro color. Los impresionistas dicen: ‘La
naturaleza está hecha por la luz y el color’, perdiéndose de este
modo la descripción, el encuadre, el punto de vista, su valor de
fondo de la escena humana, su razón de ser. Así, la naturaleza
es la naturaleza misma de la pintura: la luz y el color. Con ello
se produce una de las grandes revoluciones del arte: para el arte
también va a quedar la luz y el color como únicos elementos.
Paisaje I: Superficie Verde
Paisaje II: Superficie Roja
Paisaje III: Luz Verde
Paisaje IV: Luz Roja
El paisaje será un elemento del pasado, de las academias
de arte, de los talleres de artistas, de las galerías de arte,
incluso de un laboratorio de investigación. Éste es el caso de El Sol del Membrillo, de Antonio López, que registra la película
de Víctor Erice (1992) con el mismo nombre: una serie de dibujos y óleos, con el
consiguiente estudio del color, de la luz, de la textura, del brillo...
La naturaleza se ha convertido en un laboratorio.
Esto por el lado del arte. Del lado de la política y la
economía se impone el "salvemos
la naturaleza". Así como en el XIX el objetivo era expoliar la naturaleza, sin límite de ningún tipo (de
propiedad, de capacidad, de reproducción, etc.), en el siglo XXI
el discurso de la ecología va ganando terreno. Se trata de una
lógica de la naturaleza que intenta poner límite a lo humano, caracterizado
por la destrucción. Si antes la naturaleza servía a fines humanos
frente al Otro salvaje (agua, energía, materias primas, etc.),
ahora esto mismo será nuestra propia destrucción: perderemos los
productos del mar, perderemos el nivel de oxígeno, perderemos las
zonas verdes privilegiadas... El ser humano pasa
de depredador a reparador. La naturaleza se ha convertido, de esta
forma, en un discurso: representa a partidos políticos, cuenta
con defensores en los parlamentos, participa en las Naciones Unidas y tiene un color único: Los
Verdes.
La naturaleza de la
poesía
El lenguaje es la naturaleza de la poesía, y la poesía es
en tanto ruptura con el lenguaje: alteración, rasgadura, fisura,
quiebre, incluso vaciamiento, silencio del lenguaje... son las
representaciones que usa la poesía para hacer con el lenguaje.
La poesía no es natural, ni siquiera la descriptiva, la de observación,
ya que contiene en principio valores que le son propios como la
métrica, la rima, la cadencia… No hay diálogo entre naturaleza
y poesía; la poesía es una manera de romper con la naturaleza. |
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Se puede denominar ‘naturaleza muerta’ a las variaciones
del color, de forma (Emilio Morandi).
Aquí la poesía se hará cargo de representar a la
naturaleza en tanto muerta, en tanto composición, en tanto encuadre,
en tanto
clasificación, incluso en tanto objeto, objeto en el sentido gramatical, en
el sentido posicional. Se ha saltado del espacio
al fraseo, algo que va a cortar la superficie, el texto, la textura, transversalmente,
reordenando
toda la superficie. La línea en su naturaleza geométrica
reordenará toda la superficie. La naturaleza
de la superficie ya es geométrica, pero de manera poética. Será una
poética entre la naturaleza, la superficie y la línea. |
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Los objetos serán extraídos de la naturaleza y reordenados
geométricamente, de ahí la poesía objeto: clasificados, enmarcados, etc., donde el objeto ocupará el lugar de la imagen
e incluso el lugar de la letra. ¿Se trata de una escritura de la
naturaleza de los objetos? ¿Se trata de una escritura con objetos
de la naturaleza?... Se trata de ir mas allá de
la poesía a la letra, de la poesía a la falta, para atravesar la
incapacidad del lenguaje de dar cuenta del objeto. Objeto y lenguaje
forman parte de una dicotomía permanente: uno no puede dar
cuenta del otro totalmente, no hay relación entre objeto y lenguaje,
de ahí la poesía objeto.
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Habiendo dado cuenta del primer salto, de la representación
de la naturaleza en una poética de la línea, ha pasado a una poética
del objeto. Aquí no permanece mucho tiempo, es un espacio reducido,
es una cosa reducida: es una poética de lo pequeño, el pequeño
formato. En un segundo salto, se desprende de la superficie, del
objeto, y pasará a la realidad de la naturaleza. Pero no a representar
la naturaleza, sino a presentarse en la naturaleza, a realizar
acciones en la naturaleza.
El arte de la acción en la naturaleza
Existen muchos textos y tratados sobre el arte de la acción y
su particularidad más allá de la perfomance. Si la perfomance tiene
como objeto el propio cuerpo del artista como pantalla, en el arte
de la acción las pantallas se multiplican: el cuerpo del artista,
el territorio, la superficie de los árboles… el horizonte como
pantalla última. Será un tratamiento en la multiplicidad de las
pantallas; será utilizar la naturaleza como pantalla y los objetos
como sus representaciones. El artista saldrá de representar en
la pantalla de la superficie de la tela para accionar en las múltiples
pantallas de la naturaleza: el río y el agua, el territorio y la
tierra, incluso el viento y el horizonte son materias primas de estas nuevas maneras
de acción.
Si las acciones son al aire libre, el artista desplegará toda
la naturaleza geométrica de los objetos: pantallas al viento, barquitos
de papel, círculos de tierra, agua o fuego, etc. Pero, ¿cómo sacar al exterior la geometría de los
objetos? Si las acciones se realizan en espacios interiores, el
artista despliega los materiales de la naturaleza a través de una
geometría de la naturaleza: líneas de ajos, círculos de pan, cubos
de agua, de tierra, líneas de fuego atraviesan
el espacio y su geometría. La naturaleza del espacio es
geométrica; no hay otra
naturaleza del espacio. Y el artista conoce esto profundamente:
se trata de una salida y de una entrada, trasgrediendo los elementos
que pertenecen al exterior y al interior. |
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En el interior encontraremos elementos que pertenecen al
exterior; en el exterior
se nos
presentarán elementos que pertenecen al interior. En el exterior, la naturaleza; en su interior, el lenguaje.
El lenguaje sostiene, de este modo, una configuración de la naturaleza: la
instalación. La instalación tiene como naturaleza el arte, pero en su interior
está dominada por el lenguaje: instalar lo imposible de representar,
de ahí su carácter efímero. Por ello, el artista va a recurrir a la poesía como
tratamiento de lo imposible del lenguaje; es una instalación poética en la naturaleza,
una poética de la imagen. La palabra y la imagen serán usadas indistintamente
en cada instalación como elementos independientes entre
sí; a veces uno, a veces el otro, a veces
los dos. |
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Las imágenes poéticas que se recogen de la acción - otra
vez el exterior y el interior-
serán
usadas para realizar exposiciones de
series particulares: el agua, la tierra, el fuego, el pan, etc. Son series
de poemas
escritos con imágenes, recortes de la naturaleza producidos por la
acción, que vuelven a la superficie para mostrarnos la falta del objeto en
la pantalla de la naturaleza: el objeto no la completa, el objeto nos muestra
su
falta, la
imagen. |
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Entre la naturaleza
y la ciudad: la manifestación
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Pero el artista no se queda con esto. Si se trata de una
instalación poética de la naturaleza, nos preguntamos de qué mensaje
se trata. La respuesta es contundente: se trata de una manifestación.
Volverá a usar la poética en
su relación con lo social, con los acontecimientos sociales. Hemos
pasado de las intervenciones en la naturaleza a cuestionar la naturaleza
de lo social, a usar la manifestación como intervención en lo social,
como su manera particular de participar de los acontecimientos
de relevancia social.
Se trata de un salto importante. Ya no le es suficiente
la intervención en la naturaleza, como un modo de escritura en
el territorio, sino que hace un cambio radical, usando la
naturaleza, ciertos acontecimientos de la naturaleza, para hacer
desde allí un modelo de intervención en lo social.
‘Salvemos el Agua’, ‘SOS Tierra’, ‘Salvemos el Río’, entre
otros, serán primero manifestaciones de objetivos, de encuadre,
de procesos, para luego convertirse en convocatoria a otros artistas,
colectivos y grupos que
están luchando por las mismas causas. |
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Los mismos signos, agua, pan, tierra, fuego, serán importantes
para señalar que algo se manifiesta, que algo de lo real no puede
ser reprimido, y retorna una y otra vez, en una manifestación de
estudiante, en
una manifestación en contra de la guerra o a favor de las madres de
desaparecidos: mediante la
acción el arte deja marcas en su intervención. El proceso es semejante al de
las intervenciones en la naturaleza: estas marcas, estos signos, en forma de
imagen, serán recogidos y compuestos poéticamente. Aquí se trata, nuevamente,
de una poética de la manifestación: registrar los signos de la naturaleza, realizar
con ellos intervenciones sociales en la trama de lo social, en la ciudad, para
finalmente darle una forma poética. |
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Pero, ¿ cuál es la pregunta fundamental
que da vueltas a todo este recorrido? ¿Cuál es la naturaleza del
hombre? No me refiero solamente a la naturaleza humana -que sí que está atravesando toda su
obra-, a la imposibilidad de la relación
entre lo humano y la naturaleza y a cómo el mito es una lectura de dicha imposibilidad
(el mito como construcción poética va a ocupar el lugar de esa imposibilidad).
Me refiero al hombre en cuanto género, que verifica la necesidad de saber su
relación con la naturaleza, su representación. El hombre
como género tiene una representación propia, una escritura propia, que lo representa
universalmente, ya sea con la naturaleza de su cuerpo, desnudo
muchas veces, ya sea con sus manifestaciones
como hombre social, mostrándose socialmente desnudo frente a la fuerza del
poder. Ya no se trata de un significante que lo representa, en tanto phálico,
de una vez por todas y para siempre. Para el artista esto no es suficiente, y
pone en juego todo su cuerpo: es con su cuerpo que produce las acciones y que
extrae sus relatos, en tanto mitos del hombre frente
a la naturaleza. |
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Se trata de ir más allá del significante. ¿El hombre en
tanto macho, puede ir más allá del significante que lo representa? ¿Qué significa
dicho atravesamiento? Acaso no se trata de otro mito, más arcaico
aún, el mito de Abraham y el sacrificio del hijo, de cómo se construye
ese
significante, que será transmitido a todos los hombres. De aquí en adelante la
naturaleza del hombre, en tanto macho, no es orgánica, sino significante, de
un
significante que reclama una inscripción en su cuerpo, un corte que represente
el pacto con el Padre. ¿La acción y el mito, no son dos formas de reinscribir
dicho pacto? En esta renovación del pacto con el Padre, el río, el fuego, el
pan… no son significantes del Otro, que el artista necesita atravesar. Más allá del
significante, está el Otro atravesado por dichos significantes, y las marcas
que esto deja para el artista en su anudamiento social, que es lo mismo que decir
en su nominación simbólica: Daniel a-Costa. |
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alberto
caballero
coordinador general
de geifc
y de action art
escribe para escaner
cultural
es profesor de mecad
barcelona diciembre
2007
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