articulistas Gratuidad de las artes de la calle El punto de vista del psicoanálisis Maxence Hernu Traducción: Juan Bauzà |
Cuestión de método Dos
interrogantes esenciales han sido el punto de partida, para mí: -
¿Cuál puede ser la legitimidad del psicoanálisis, para permitirse dar una
opinión sobre esta cuestión? Si interrogamos al psicoanálisis sobre la gratuidad del acceso a la obra de arte y más específicamente a la que se manifiesta mediante las artes de la calle, el esclarecimiento que debe aportar debe realizarse a partir de su propia enseñanza y de sus conceptos que están en ruptura con los discursos corrientes ya sean universitarios, filosóficos, económicos o culturales. En estas condiciones, no puedo disimular mi propósito ya que el psicoanálisis tiene un solo discurso orientado por lo real (la falta de objeto). Sin
embargo, antes de poner a trabajar el encuentro cada vez más problemático
entre gratuidad y artes de la calle, voy a intentar plantear la especificidad de una aproximación al tema desde mi campo. En
efecto, Fabrice Manuel me solicitó que produjera un texto ‘comprensible’.
Para que esto sea así, voy a describir rápidamente, en un primer tiempo, las
herramientas que utilizo así como el discurso en el cual
me sitúo, y que tiene en cuenta el hecho (procedente del psicoanálisis)
de que todo objeto es correlativo de la falta y el objeto de arte en particular.
En ningún caso, puedo producir un texto vulgarizado por el discurso corriente,
y debo encontrar la diferencia, el ángulo para poner en relación
gratuidad y artes de la calle. 1.
Legitimidad del psicoanálisis Este
campo ha tenido siempre un fuerte tropismo por la obra de arte, ya que el arte
siempre ha enseñado al psicoanálisis, al igual que la cura o el estado de los
síntomas contemporáneos. Como
no se trata aquí de profundizar estas convergencias, podemos simplemente
evocarlas diciendo que una cura apunta a modificar al sujeto delimitando eso que
no puede decir, lo que no puede representarse (eso que nosotros, los
psicoanalistas, llamamos lo real) en el núcleo mismo de su estructura. Con el
bla bla bla, el psicoanálisis, efectivamente, intenta pillar un cabo de real,
extraerlo para modificar su función de resto en el corazón mismo del sujeto. Hay
goce irremediablemente perdido por el hecho de nuestra entrada en el
significante. Por el hecho de esta pérdida misma, este “en-menos”, el ser
hablante recupera un “plus”, un sustituto, pero no en el nivel de la
necesidad sino en el del propio aparato simbólico que causa esta pérdida. Es
nuestra Vulgata, pero aún es necesario circunscribir bien esa pérdida
pues para el ser hablante hay una pérdida, una extracción de goce en el
acto de ver. La satisfacción sustitutiva está en el corazón de la contemplación
de la obra de arte. No añade nada visible a lo visible salvo renunciando a lo
visible y a la visión para gozar de la propia mirada. Gozamos de objetos que el
mundo no ofrece de entrada a la vista: la satisfacción del voyeurismo o del
exhibicionismo, la ceguera psíquica, la absorción en la obra de arte muestran
que la mirada y la visión no son la misma cosa, tal como Jacques Lacan lo
estableció en su Seminario XI. La
mirada está velada, pasa a través del circuito de los semblantes [apariencias]
(el objeto de arte en particular) y connota mucho más el vacío y la ausencia
que la imagen encierra. La
imagen, el objeto de arte, el cuadro de la Diva [preguntar
referencias acerca de la Diva] adquiere un valor agalmático (que provoca
el deseo) que hace que las personas se detengan ante la obra, incluso si tenían
prisa, ya que hay un efecto pacificador en poner “bajo la mirada” [asimismo
en “deponer la mirada”] (à meter “bas le regard”) para ser
confrontado con esta falta, con este imposible de ver. Es
nuestro envite ético y en esto el arte nos enseña mucho, pues si el arte está
estructurado como un lenguaje, hay que interpretarlo a partir de la función del
resto como real imposible. El arte no imita lo que representa sinó que apunta,
como el psicoanálisis, a lo que no se puede decir, a lo que no se puede
representar. Para nosotros, un texto literario, un cuadro, una frase musical,
una representación de arte de calle, son objetos. Este objeto, cualquiera que
sea, está creado por el artista a partir del objeto que causa su deseo sin que
él lo sepa. Este objeto lo repele y lo atrae; el artista está dividido por su
causa, pero es capaz de realizar con él una transacción única, inédita, que
le vale el nombre de artista y que logra enganchar el fantasma de otros sujetos
que se sienten, de golpe y por un momento, aliviados de su propio fantasma, que
es el filtro a través del cual ellos perciben la realidad. Como dice J. Lacan,
deponen las armas ante el objeto a de la obra de arte. Lacan puso en
evidencia la importancia de los objetos pulsionales en la economía libidinal,
los objetos causa del deseo, que están ligados, de manera específica, al
sujeto y tejen su fantasma. A cada uno su objeto predominante, el que fija su
fantasma: el objeto oral, el objeto anal, el objeto escópico y la voz, la pulsión
denominada invocante. Es
difícil esquematizar lo que pasa entre un sujeto y una obra de arte; este
acercamiento del objeto a requirió numerosos seminarios a J. Lacan,
entre los cuales, el más decisivo fue el Seminario XI sobre los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis. De todos modos, a partir de una
referencia conocida por todos, se puede aprehender lo que Freud llamó “la
inquietante extrañeza” y que testimonia la vacilación de este objeto a construído
por el artista que sirve habitualmente de carnaza [trampa, engaño] para el neurótico,
con el fin de no ser confrontado con lo real de la muerte, del sexo
o de la significación. El arte realiza esta operación ética civilizando ese
real, lo que es cuando menos mucho mejor que las maneras brutales de hacer
manifiesto eso: droga, pasaje al acto... El
artista cincela esta relación con los objetos: los grandes arquetipos
ambulantes de Oposito en “cinematophone”
nos ofrecen un objeto compuesto extraño, sonoro y visual. Entre las calles de
Sotteville con Decor Sonore, son una decena, una pequeña tropa soldadesca
automatizada y automática, hombres-orquesta, protege en su centro, tal la Cosa
freudiana, a La mujer, graciosa, evaporada, ausente, frágil, casi perdida, y
que evoca el goce interdicto por inaccesible. Su peinado de viejas películas
remite a imágenes que no se verán más, pero que han sido tan queridas. Avanza
como en un sueño mostrando la dirección a los soldados de infantería que
forcejean o hacen como sí. He aquí verdaderamente un trabajo de artista donde
el objeto que causa nuestro deseo es claramente identificado y no menos
claramente defendido [prohibido] (defendu), y donde podemos ver el
trabajo de la represión: El objeto original es poco a poco reemplazado por el
objeto sonoro y el objeto escópico que vacilan: la banda sonora es heteróclita,
constituida por marchas, óperas, sonidos de animales o de instrumentos domésticos,
no soportan el impacto y la diva como Cosa aparece y desaparece vestida de lo
que nos atrapa el ojo y que a la vez hace esta visión tan evanescente. La
diva encarna el objeto mirada y el objeto voz. Oposito, en la producción del objeto, de esta instalación
ambulante, se separa de este objeto plus-de-goce; pero, en un segundo
tiempo, el artista recupera, se aliena en el objeto perdido, apunta y se enrosca
a su fantasma. Y es por esto que los verdaderos artistas tienen un estilo, es
decir, un objeto que es el suyo, el de su inconsciente, y proceden por
aislamiento del objeto, tallado de este objeto (poner guantes negros a esta
mujer) y reducción del objeto a una dimensión cada vez más real. La obra está
lograda cuando deviene ilegible,
cuando se desembaraza del sentido. Pero es necesario que eso no moleste: ¡El
hilo es muy tenue! El artista, a continuación, contrariamente a la cura,
recupera el objeto en el acto creador y este objeto le molesta cada vez más. ¡Los
artistas no son, en general, felices! Están divididos con respecto a sus
criaturas y al acto creador, lejos de separar el sujeto-artista de su objeto plus-de-goce,
lo pega de nuevo más bien a este objeto y así pues a su fantasma. Es
suficiente considerar en el teatro contemporáneo, a Jean-Luc
Lagarce con su fantasma de “verse desaparecer” para constatar que la
propia desaparición es el fantasma logrado.
El acto analítico, por su parte, apunta a una separación de las relaciones del
sujeto con el objeto. Con ello no deja de sostener -y éste es el meollo de mi
exposición-, que el psicoanálisis puede decir que una obra es una verdadera
obra de arte si esta delimitación del vacío y de la ausencia tejida nos atraen
como una espiral en su vacío central. Oposito,
al igual que Tadeus Kantor en la
“Clase muerta”, me evoca esta soledad irremediable y sin nombre que hace de
nosotros humanos. El
psicoanálisis contribuye a discriminar en las artes de la calle incluso en el
campo del espectáculo viviente, las producciones del orden del espectáculo, de
la festividad y las que resueltamente avanzan en el campo del arte con el
tallado de un objeto inédito que oscila para desvelarnos lo real del
sin-sentido. ¿Es
todo esto suficiente para aportar su grano de arena al debate sobre la
gratuidad? Podríamos
tomar una posición dogmática y declarar que el arte verdadero es una misión
de servicio público; por lo que su acceso debe ser sin trabas contrariamente a
las necesidades actuales en “festividades” que no poetizan lo real urbano
sino que encasquetan un traje ridículo a los participantes de un significante
identitario (Breton, Corso), o una imagen idealizada (caballero pero también
conductor de Harley-Davidson o de un coche antiguo) apropiados para obstruir (colmater)
el agujero de lo real, el único que verdaderamente hace lazo entre los sujetos. Ésta
es la posición de base que he tomado durante nuestra reunión en Marsella.
Tiene el merito de ser clara éticamente pero el inconveniente de ser
irrealista, veremos por qué, y de rechazar una buena parte de los espectáculos
de calle, que se limitan a la diversión, a la animación, en el dominio del síntoma
que oculta lo real cuando la obra en cuestión lo desvela. 2.
El arte en la época de la globalización El
saber científico ha sido puesto a trabajar por el sujeto liberal contemporáneo,
y J. Lacan formuló el discurso capitalista que da testimonio de la producción
cada vez más intensa de sustitutos para la pérdida (déperdition) de
goce que no son del orden de la necesidad. Este discurso saca a la luz la
naturaleza de lenguaje, cultural ligada al significante, de un goce que no cesa
de crear su propia insatisfacción. J.A. Miller escogió como ejemplo de este
carácter esencial del plus-de-goce que profundiza todavía más la falta
misma que satisface, la Coca-Cola, pues cuanto más bebes más sed
tienes. Consideremos
el objeto más importante de consumo de masas, la televisión que es el opuesto
casi diametral de las artes de la calle. Nadie puede en la actualidad sostener
que es un instrumento de información, o una ventana abierta al mundo. Esta
pantalla presentifica un plus-de-goce, fundamentalmente escópico en este
caso, que profundiza la falta-de-goce (manque-à-jouir), al mismo tiempo
que satisface. Veremos
más tarde en qué la obra de arte que entrampa nuestra mirada (La Diva de Oposito)
no tiene nada que ver con la televisión, que es una droga de la mirada, porque
el artista contemporáneo puede verse conducido a abandonar el campo del arte
para hacer relapso hacia el de las adicciones contemporáneas (deportes, espectáculos,
sexo, violencia) tan fuerte llega a ser la coacción de la demanda. El
uso normal de la televisión es el zaping que permite no ver nada y estar
atrapado por aquello que no puede verse. La persona que hace zaping de
sitios pornográficos está también atrapado por las hendiduras que le miran sin que las imágenes que desfilan
insaciablemente eliminen lo que no se puede ver. El
mirón paga su abono al cable o al ADSL para estar enganchado; ¡aquí nada de
gratuidad! Quiero,
llegados a este punto, intentar conectar el vaivén de todas las artes (incluso
las más reacias a la economía de mercado como son las artes de la calle) al
triunfo del discurso de la ciencia pilotado con mano maestra por el sujeto
liberal. El
significante comporta, como hemos visto, estructuralmente, una pérdida de goce
y, durante bastante tiempo, en el estado pre-científico del discurso (la era de
las Luces), una relación originaria entre los significantes (se llama significante-amo,
al valor, al ideal, al saber, a Dios por excelencia) donde la satisfacción
pulsional prevalecía. Hoy el lugar
del Amo está cada vez más difuminado y ya nadie [responsable] está ahí para
poner barreras, para distribuir, para organizar la conjunción de esa falta de
la falta subjetiva y de ese plus-de-goce. Este plus-de-goce estaba
bien identificado como resorte del fantasma, y es así como nosotros comprendíamos
la obra de arte; ahora el plus-de-goce resulta que sostiene la realidad
como tal, como si el fantasma pasara a lo real (“Elephant” de Gus Van
Sant). De la época donde el fantasma era nuestro teatrillo individual que
permitía sostener [soportaba] nuestro deseo, y que nos era propio e
incambiable, mientras que los objetos producidos ocupan su sitio en lo real.
Ahora ¿De qué lado se sitúa el arte de nuestra época? ¿Poniendo bajo
[Deponiendo] la mirada ante la obra o cayéndose con ella (ou se shoote-t-on
avec)? Y ahí emergería una respuesta en cuanto a la gratuidad: el sujeto
liberal quiere hacer pagar los sustitutos producidos por el discurso de la
ciencia, ese plus-de-goce de bisutería, ésta es incluso su única razón
de ser, ¡alimentar al mercado! Puedo
así referir mi tentativa de aproximación durante nuestro encuentro en Marsella
que apuntaba a especificar la obra de arte producida por las artes de la calle. Es
cierto que la Diva de Oposito ha sido
elegida como representante del mantenimiento del lugar vacío de la Cosa en
oposición al entusiasmo científico del significante que ha
evacuado este lugar vacío y del que dan cuenta ciertas obras que toman la
forma de “máquinas”. ¿La
obra está del lado del reino del objeto (que debe entonces ser pagado porque es
su existencia lo que lo hace equivalente a este significante que sirve para
todo: el dinero) o del lado del silencio de los espacios infinitos? Ha
llegado la hora de dar una oportunidad a los grupos de presión que han llevado
a poner de nuevo en cuestión las disposiciones sobre la gratuidad del espectáculo
de calle: los alcaldes locales y sus manifestaciones folclóricas o
conmemorativas. Los
grandes ideales, los grandes significantes-amo, las normas universales declinan.
El hombre político es el primero en lamentarlo, y de ahí su esfuerzo por
restaurar simulacros (semblants) que están muertos y enterrados
(siempre peligrosos cuando son manipulados por canallas como ciertos activistas
del nacionalismo corso): Fiestas celtas, Alsacia de opereta… Ustedes reconocerán
a los iniciadores que Delphine Lamboley ha identificado perfectamente: los
organizadores de manifestaciones de calle de tradición popular folclórica son
los peticionarios de la renuncia a la gratuidad. Desde
el punto de vista del psicoanálisis, si alimentar su síntoma con significantes
vivientes (antiglobalización, ecologistas…) es éticamente justificable,
estas manifestaciones se alimentan de significantes muertos y exangües de la
conmemoración: Celta, Edad media, labradora… ¿Se
deben hacer pagar los significantes-amo muertos como se pagan los crisantemos
para Todos los Santos? Por supuesto la oficina de turismo local tenderá a la
autofinanciación, pero cuando estas modificaciones afectan al principio de la
subvención, evidente para ‘las artes de la calle’, ¡peligro! 3.
Los impases Se
pueden resumir así: ·
La
definición del arte por el psicoanálisis no es ciertamente la que es retenida
por la cultura del espectáculo, de la conmemoración o del objeto de consumo
cultural. ·
El acceso
a las obras de arte que corresponden a la definición de nuestro campo es casi
siempre de pago: museos, exposiciones, teatro. ·
La
articulación entre espacio público y espacio cerrado se hace cada vez más
variable siguiendo las manifestaciones de las artes de la calle: es claro, no
todas las manifestaciones pasan en la calle. ·
Las
iniciativas son a veces compuestas: una compañía que produce un verdadero
objeto de arte puede encontrarse en medio de espectáculos de calle. 4.
Conclusión: las artes de la calle como obras de arte a disposición de todos ·
Numerosas
colectividades territoriales, a
veces particulares, colocan instalaciones artísticas en la vía publica o en áreas
de acceso autorizadas al público sin pedir una contrapartida económica ni una
participación financiera. Algunas ciudades (Villeurbanne) han arreglado sus
rotondas con instalaciones monumentales de artistas contemporáneos. El arte
contemporáneo en espacio cerrado se paga, en cambio en espacio público es
gratuito. De la misma manera, un objeto artístico producido en la calle debe
ser de acceso libre. Por el contrario, es imposible
pronunciarse en aquellos espectáculos ajenos al arte que no deben ser
confundidos con ‘las artes de la calle’, a la luz del estudio discriminante
que precede. ·
Hay pues
que tomar una decisión política al nivel de la creación en las artes de la
calle: la creación no puede proporcionar una “regulación para todos”,
suerte de neo-discurso del amo que configuraría aquello que se debe producir en
las artes de la calle y que se ve aparecer en grandes manifestaciones
identitarias. De todas maneras, estas tentativas de estandarización que
intentan ajustar el paso a la homogenización de los modos de gozar autistas,
determinados por los efectos del discurso de la ciencia, no resistirán a la
recuperación mercantil. La creación en las artes de la calle debe mantenerse
firmemente en lo más particular de una experiencia que el plus-de-goce
anudado al significante puede exteriorizar bajo la forma de un objeto extraño,
inédito, presentado en un espacio público, dejando toda la libertad al
espectador para seguir su camino o pararse. La obra de arte contemporánea en la
rotonda, la compañía de creación de arte en la calle, encarnan el goce de la
nada, de aquello que no puede verse, decirse, saberse, formas diversas de la
pasión de la falta. Una inscripción reafirmada en la gratuidad supone pues
exigencias de creación auténtica. Todo relajamiento, toda falta de sostén a
esta “causa perdida” puede provocar muy rápido, la caída de las artes de
la calle en el sector comercial, como lo anticipa el folklore o el espectáculo
de calle. |