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La
calle y los espacios urbanos imponen un nuevo sistema de relaciones que la
galería y los museos hacen imposible: no sólo cambia el marco locativo
sino, también, el comportamiento de los espectadores y la índole de las
obras. La relación que propone la calle impone una revisión de los
esquemas y planteos estéticos y sociales. El sólo hecho de salir a la
calle es ya una crítica y un cuestionamiento de la función del arte
aunque, como ocurre en muchas ocasiones, las propuestas suelen reproducir
los hábitos de consumo pasivo del arte galerístico. No se trata,
entonces, de "bajar a la calle" a colgar cuadros o a recitar
textos como en las galerías o tertulias, llevando el "arte al
pueblo" y dar fe del inconmovible compromiso social. Tampoco, sin
duda, "rebelarse contra el sistema" banalizando formas entrañables
de la iconografía urbana, sin cuestionarlas. De lo que se trataría es de
interferir esas expresiones, sobre todo sus códigos, y ponerlas en
situación de expresar los problemas actuales. No a la manera del sistema
cultural vigente que manipula las expresiones simbólicas para perennizar
sus estructuras en la sociedad, congelando la comunicación en torno a
significaciones vacías: la cultura de "lo ya dado", del Museo,
de la Biblioteca Pública, de la Sala de Conciertos, de los Institutos de
Enseñanza Artística tanto públicos como privados, etc., ámbitos que el
sistema se adjudica para asegurar la hegemonía de sus ideas; ámbitos,
también, convertidos en templos consagrados a la sacralización y
veneración fetichista de obras que representaron la conflictividad de
sociedades del pasado, tal vez eficaces y operantes en su momento, pero no
en los actuales. Hoy
día, esas mismas obras, con sus sentidos descontextualizados, son
expuestos detrás de vitrinas o en pedestales inalcanzables, como sino
hubieran sido el fruto del trabajo humano ni, tampoco, consecuencias de
contradicciones que conmovieron a aquellas agrupaciones. Aún suponiendo
que fueran neutras en sí mismas, como los lenguajes o la información, en
manos del sistema se convierten, junto a otras instituciones más explícitas,
en la cárcel sin rejas del presente, en donde palabras, sonidos, signos y
formas son constreñidos a satisfacer las necesidades ideológicas del
sistema para construir un mundo ideal, inmutable, en el que nada suceda.
Frente a este panorama, reproducir los tópicos y los temas de los pasados
sesenta o setenta, puede ser tan funesto como desentenderse de la segura
distorsión que provocaría la simple transposición de ámbitos: no sólo
puede aislar del presente a sus cultores sino que les puede hacer caer en
la trampa de la ideología cultural de izquierda. Expresiones del tipo
"el artista está al servicio de la comunidad" o "instaurar
la cultura del hombre nuevo" u otras de parecido tenor, si bien
motivadoras en su contexto histórico original, respondieron a una
correlación entre la funcionalidad ideológica y la representación político
- social de las fuerzas políticas de avanzada en aquellos lejanos días.
Recaer en esas actitudes puede llevar al arte a cumplir un rol
asistencial, acompasando directivas partidarias que, a veces, pueden ser
opuestas a los verdaderos intereses populares al cual dicen representar.
Por otra parte ¿quién atribuye el don de determinar y expresar las
necesidades de la gente? Frente
a estas actitudes existen opciones no ovacionadas y que la crítica
considera como sub-artísticas o, simplemente, indignas de ser
consideradas como "arte", opciones que desmienten e interpelan
la discursividad cultural entronizada. Obras que, a veces, desmienten el
aserto de que los artistas son transmisores de la ideología del sector de
la sociedad a la cual pertenecen. Obras que pueden reafirmar a la ideología
como entidad organizadora del proceso comunicacional para el cual la obra
puede ser, o no, un objeto. Obras que enfatizan su índole de productos de
comunicación que permiten el "retorno", el feed back, el diálogo
social. Obras en donde pesa más la funcionalidad y competencia para
trasmitir mensajes que la mera esteticidad. Obras que permiten el traslado
de información sin imposiciones ideológicas y sin el dictac de la crítica
vectorizada que señala qué es arte y qué no lo es. En
vano se intenta que el arte fuera un reflejo de la sociedad únicamente.
La imposibilidad de reducir lo artístico de lo social es evidente aunque
también es imposible operar en cada área de la sociedad por separado sin
involucrar a las demás. Por ello, incluso, se hace difícil caracterizar
cabalmente a la obra de arte en la calle, pudiendo ser, fácilmente,
confundida con manifestaciones políticas o sociales. A veces son los
propios actores sociales quienes modifican sobre la marcha las reglas o el
proyecto del artista aunque, también, la propia índole de la actividad
política o social puede asumir rasgos artísticos al constatarse la
existencia de transferencias retóricas. Modalidades
del arte en la calle
De
acuerdo a un temprano ensayo de Néstor García Canclini (1973), las
actividades artísticas de esta modalidad pueden agruparse en cuatro áreas:
"1)
las que procuran modificar la difusión del arte trasladando obras de
exhibición habitual en museos, galerías y teatros a lugares abiertos, o
a lugares cerrados cuya función normal no está relacionada con
actividades artísticas; 2) las obras destinadas a la transformación del
entorno, la señalización original del mismo o el diseño de nuevos
ambientes; 3)la promoción de acciones no matrizadas, o de situaciones que
- por su impacto o por las posibilidades de participación espontánea que
ofrecen al público - inauguran formas de interacción entre autor y
destinatario de la obra y/o nuevas posibilidades perceptivas; 4) el último
modelo comparte con el anterior la producción de acciones dramáticas y
de sensibilización no pautadas, pero busca actuar sobre la conciencia política
de los participantes, y convertir las obras en ensayos o detonantes de un
hecho político." En
relación al primer punto está claro que la simple transposición de las
obras de un contexto a otro, es decir, de la galería o tertulia a la
calle, no altera en nada su índole elitista y en todo reafirma la relación
de dominio del artista sobre el espectador, es decir, la masificación del
consumo sin poder justificar el desplazamiento y acondicionamiento de las
obras a lugares abiertos porque los riesgos no condicen con el incremento
de las operaciones en el mercado del arte, ni siquiera con algún hipotético
aumento del saber social en torno a la pintura o al arte, puesto que, hoy
día, la asistencia a museos y galerías depende de la promoción
publicitaria. En
el segundo punto se agrupan aquellas expresiones que intentan alterar lúdicamente
los códigos habituales del entorno físico y social de la ciudad. Así,
las obras que alteran el paisaje urbano poniendo el énfasis en la expresión
mediante las estructuras sígnicas del medio; así, las realizaciones
emparentadas con el arte ecológico que tiene que ver con la recuperación
de ambientes deteriorados por la polución, haciendo hincapié en la salud
de los ciudadanos y en la preservación de la naturaleza. En este punto
son paradigmáticas las Campañas de Pintura Mural y las Campañas de
Sensibilización Visual llevadas a cabo por los alumnos y docentes de la
Escuela Nacional de Bellas Artes del Uruguay, tanto en Montevideo como en
otras ciudades, desde la década de los 60s, no sólo intentando una mayor
difusión (incluyendo ventas populares de los productos manufacturados por
la Escuela) sino, también, procurando hacer conocer a los grandes
maestros del arte (pegando reproducciones de Picasso, Greco, Van Gogh, Léger,
etc.) El mismo espíritu anima a obras similares realizadas en aquel período. Así la "pintada en verde" de elementos arquitectónicos y del paisaje urbano en Córdoba, Argentina, en 1966,a cargo de Roberto Jacoby y Eduardo Costa; así, las coloraciones de vías de agua realizadas por Nicolás García Uriburu o las obras conceptualistas de Carlos Ginsburg cuando escribe la palabra "tierra" sobre tierra o cuando proyecta escribir "humo" con humo en los cielos de Buenos Aires, hacia 1969.
Más
reciente es la obra del Grupo Escombros de La Plata, Argentina, llamada
Sutura, un corte en la tierra de 30 mts. de largo "cosido", cual
si fuera una larga herida, con una gruesa soga, realizada en el proyecto
Ciudad del Arte, en la propia La Plata,1989.En "La Estética de lo
Roto", elaborada por sus integrantes Horacio D´Alessandro, Luis
Pazos, Héctor Puppo y Juan Carlos Romero, se lee: "Una
plaza, una fábrica abandonada, una playa de estacionamiento, una esquina
cualquiera, es nuestra galería de arte. Ocupamos todo espacio que la
desidia, el capricho o el simple afán de destrucción, quitó a la ciudad
para entregarlo a la nada. La ciudad es nuestra galería de arte."
El
cuestionamiento del arte La
constatación de formas interactivas de producción y consumo, tal cual se
señalan en el punto 3 de la clasificación de García Canclini, amerita
precisar la función del arte en la sociedad. El
arte, ¿debe permitir la participación del espectador? O bien, ¿debe
continuar siendo el sujeto pasivo destinado a la fruición estética únicamente?
En caso de aceptarse la participación, ¿cómo debe orientarse? Aceptar
esta modalidad del arte urbano, tal vez, implicaría aceptar la
socialización de los mecanismos de producción y consumo de la obra,
aunque, sin caer en dramatismos, puesto que la socialización no asegura
ni la funcionalidad ni el nivel estético (exigible prioritariamente). Por
una parte la obra no cambiará porque la haya creado un artista o un
equipo multidisciplinario y, por la otra, el consumo pasivo y/o alienante
no cambiará por el número de participantes. Estas
formas irregulares ("no - matrizadas" al decir de García
Canclini) que provocan, a veces, situaciones irremediables no previstas
por el autor, alteran las formas convencionales de relación, tanto de las
gentes con su entorno físico, la ciudad, como con sus semejantes. Existe
toda una gama de posibilidades de participación que van desde la mayor
permisividad como, p.e., en el happening, al control absoluto de la obra,
pasando por situaciones intermedias en las cuales los espectadores se
ocupan de ciertas áreas de la creación, de acuerdo al proyecto del
artista. Precisamente,
una de las formas que más se avienen a ser realizadas en la calle son los
happenings, en los cuales los límites entre la realidad y la ficción no
existen y la categorización acción/representación desaparece en aras de
la desarticulación de los referentes. Todo es imprevisto y predomina la
libre asociación, tanto física como psíquica. La indeterminación del
discurso existe en tanto se genera y se consume. Ese consumo inmediato y
conspicuo y la dificultad por establecer sentidos provocó su agotamiento
en tanto forma expresiva. En
la Argentina, un precursor de estas formas fue Alberto Greco quien, a
comienzos de la década de los 60s. ya realizaba señalamientos artísticos
en plena calle (p.e., encerraba a los transeúntes dentro de círculos y
les declaraba "esculturas vivientes"). Así, desaparecían las
diferencias entre las artes, operada por el espíritu iconoclasta de Greco
y, también, por el marco de referencias que imponía la calle, en tanto
soporte. Luego, el happening se desarrollaría y desaparecería rápidamente
dejando, como hitos históricos de su existencia entre nosotros, El
Batacazo y La Menesunda, realizados por la artista argentina Marta
Minujin.
Similares
a éstos son las obras en la calle del venezolano Diego Barboza aunque
pone un mayor énfasis en lo popular y lo folklórico. Barboza se suma a
la tradición simbólica de su pueblo dándole, apenas, un carácter más
sistemático a las formas de expresión popular en sus obras. Así, en
Cachicamo (expresión popular para llamar al armadillo o tatú, animalillo
campestre), la gente se refugia y juega bajo una larguísima tela que
oficia de caparazón de cachicamo.
Para
Edgardo Antonio Vigo, el arte debe exigir la participación creativa de
los espectadores, proponiendo, incluso, cambiar el nombre a los otrora
consumidores pasivos de arte por el de "creador" para destacar
su integración tanto como autor como consumidor (Vigo,1971). Su propuesta
es sustituir las imágenes "alienantes" por el "señalamiento"
visual que permitiría al "consumidor creativo" decidir su
experiencia artística de acuerdo a "claves mínimas" que el
"proyectista - programador" sugiera. Su primer señalamiento
data de 1968 y se realizó en La Plata, Argentina, junto a un semáforo en
un cruce de avenidas: Manojo de Semáforos e intenta la recuperación de
significaciones perdidas por el uso y la habituación social. Como
se ve, el estrecho margen que separaría a la obra de arte del evento político
o el acontecimiento social obstaculiza la comprensión del proceso. De
hecho, para los que piensan que las estructuras que compactan a cualquier
agrupamiento, son indisolubles e interinfluyentes, esta discusión no se
plantea, puesto que el arte en tanto expresión simbólica de la sociedad
no puede dejar de remitir a su realidad, tanto social como económica,
tanto política como institucional, etc. Uno
de los criterios, válido, para precisar una actividad de otra, sería
observar en dónde recae la determinación del lenguaje artístico
empleado, es decir, cuál es la función del lenguaje que predomina sobre
los demás. Si predomina la función poética (al decir de Jakobson) o la
función retórica (como prefiere el Grupo M de Lieja) es arte. En caso
contrario, aunque se constaten metonimias y/o metáforas, los textos
pudieran corresponder a actividades políticas y/o sociales. A veces, la
discusión se plantea cuando los manipuladores de opinión pretenden
valerse ideológicamente de estas formas de conciencia social
privilegiando contenidos tendenciosos, diluidos en formas de expresión
conocidas y aceptadas por el establisment. El arte como denuncia y
sensibilización
Por
una parte, el arte, haciendo que la injerencia y participación del
espectador sea crucial en la expresión artística final, generando hábitos
de acción social sostenidos. Por la otra, a nivel de contenido,
proyectando y realizando obras tendientes a crear conciencia sobre temas
puntuales. También, se supone, el artista concurre, en estos ámbitos,
con su arte, a luchar por los postulados político - sociales que, en su
concepto, mejor expresen sus aspiraciones, sean progresistas o no según
el punto de vista o tendencia bajo los cuales se juzguen. Por la otra vía,
se piensa, el artista debe participar desde su obra, implícitamente, en
aquellos proyectos. Para aquéllos, el arte es un instrumento más (un
arma más) para el logro de sus propósitos políticos (sean
revolucionarios o no, según el punto de vista). Para éstos, la obra
integraría en sí esos mismos propósitos, aunque privilegiando la
expresión artística. Quedaría
por precisar quién establecería el correcto punto de vista frente al
cual se articulará el arte. Ciertamente no faltarán entidades o
individuos que quieran establecer esas directivas y que puedan ser expresión
genuina y valedera de esas urgencias sociales pero, ¿quién asegurará su
adecuación con la realidad? Estas discusiones no han impedido al artista
expresar y denunciar la realidad aterradora en la que viven. Y,
ciertamente, lo han realizado no sólo usando lenguajes perimidos y formas
abrumadas por la tradición y el pasado, sino, además, inaugurando nuevas
formas de expresión artísticas acordes con nuestra época, aunando tanto
la participación creadora de los espectadores como la generación de
formas de conciencia social en torno a los temas denunciados. También, en
muchas de esas obras, se dio, casi naturalmente, la unidad entre las
formas de expresión empleadas y el contenido final, sin el habitual aire
de artificiosidad o hibridez que este tipo de propuestas suelen tener por
inadecuación entre forma y contenido. Así, p.e., algunas de las obras
realizadas en la exposición al aire libre organizada por el Centro de
Arte y Comunicación de Buenos Aires, en la Plaza Roberto Arlt, en 1972,en
pleno auge del conceptualismo rioplatense. Por ese camino, la obra de Luis
Pazos, Leonettti y Lafarriére, La Realidad Subterránea, aprovechando
unos pozos ya existentes en la Plaza, denuncia el asesinato de presos políticos
acaecido, poco tiempo antes, en la cárcel de Trelew. También, la obra de
Horacio Zabala quien enlutó la Plaza con una cinta negra, convocando la
memoria de los caídos en la lucha con la dictadura. Otra
forma que demostró su eficacia en la denuncia y la sensibilización
popular en torno a la defensa de los derechos humanos conculcados, fue la
performance. Surgida desde el momento en que se privilegió el
"instante creativo" por encima del producto final, la
performance hace del artista el verdadero instrumento del arte. Si en el
happening los sentidos se disparan en todas direcciones, en la performance
el significado suele precisarse indubitablemente. Lo que realmente varía
no es el inabarcable o estricto programa de ambas formas sino la respuesta
del espectador: lo que, por un lado, es terapia y anarquía, por el otro,
es rotundez estética y representacional. La participación cobra, por
esta excepcionalidad, mayor dimensión y profundidad, siendo, por lo
tanto, un instrumento idóneo para la trasmisión de información, siempre
que opte por la comunicación, pues la performance, como cualquier otro
medio de expresión, puede ser absolutamente indeterminada y confusa,
jugada a sí misma. Así,
Por la Vida y por la Paz de Clemente Padín, realizada en innúmeras
ocasiones entre 1987 y 1988 en las calles de Montevideo se sumó a los
varios eventos de todo tipo que se organizaron para lograr las firmas
necesarias para convocar un plebiscito popular que derogara la Ley de
Caducidad para los delitos de lesa humanidad cometidos por militares y
civiles de la pasada dictadura que asoló al Uruguay. En la performance se
presenta el tema de los desaparecidos políticos y se apela al compromiso
de los espectadores obligados a aceptar o no, simbólicamente, la realidad
de la brutal y feroz represión, a través de un trozo de papel que
representaba a aquéllos.
Otra
performance paradigmática fue la realizada por el artista venezolano Juan
Loyola, en las rampas de entrada del edificio de la 18a. Bienal de San
Pablo, Brasil, en 1985,llamada Fondo Monetario Internacional, Andá a la
Puta Madre que te Parió. Allí, "un mar de tinta roja" inundó
las vías de entrada a la Bienal en el día de su apertura y Loyola y sus
ayudantes y, también, algunos ocasionales visitantes a la Bienal,
cayeron, rodaron, se pusieron de pié y volvieron a caer. etc., en una
clara referencia a los "baños de sangre" que se venían
llevando a cabo en Venezuela y otros países con motivo de las represiones
populares y las durísimas restricciones al consumo que provocaba el
compulsivo pago de la deuda externa y sus intereses. Arte
revolucionario y búsqueda formal
Se
puede hablar de arte revolucionario bajo dos puntos de vista. Por un lado,
los cambios radicales que una obra puede proponer a partir de su
inmanencia, es decir, en cualquiera de sus instancias : creación, difusión,
consumo, soporte, códigos empleados, etc. Como es sabido, los contenidos
tienen un carácter histórico y "están" en el seno de la vida
social. Lo que concreta el cambio o la evolución reside en la forma de
expresión de aquellos contenidos, sobre todo cuando se adecuan. Por otra
parte se habla de arte revolucionario cuando éste se pone al servicio de
la "revolución". Al llegar a este punto se trataría de
precisar qué es lo revolucionario y bajo que punto de vista se encara
(social, artística, etc.). Como, sin duda, esta connotación dependerá
de quien se exprese o imponga la "tendencia", la discusión
correrá los avatares propios de la lucha ideológica. Tal vez examinando
la estructura de la obra de arte bajo un punto de vista material
(funcional) sea posible alguna conclusión. Por este sendero se cita a
Alvaro de Sá (1977) : "Producción
y comunicación pasaron a integrarse dialécticamente y, esta última,
también actividad productiva, se incorporó íntimamente a la vida de las
sociedades, tornándose en uno de sus principales aspectos. En cuanto
actividad de relación, la comunicación refleja el carácter de las
relaciones de producción, los antagonismos sociales resultantes y las
contradicciones que estas relaciones de producción presentan con las
fuerzas productivas. Es, entonces, en este nivel, y sólo en él, que la
comunicación asume el carácter de ideología". Es
decir, en tanto producto de comunicación, eficaz para la transmisión de
sus contenidos (no importa cuáles), la obra de arte debe valerse de los
medios más competentes para su función relevante: la comunicación de
información, nueva o ya establecida en los repertorios del saber social.
En tanto "auxilio" de aquella producción, no puede dejar de
expresar todo aquello que rodea la operación creadora: los medios, la
situación del artista, las formas de difusión, la sociedad en la que se
crea, sus relaciones con las demás áreas de la sociedad, incluyendo el
poder, etc. Así,
ninguna obra puede dejar de expresar su época y el lugar en donde fue
realizada aunque su contenido parezca desmentirlo. También puede
establecerse el doble discurso cuando la forma y el contenido se
contradicen, llegando, incluso a la situación en que ocurran paradojas
del tipo de contenidos explícitamente revolucionarios expresados en
formas perimidas, lo que, formalmente, los desmienten o viceversa. Otro
criterio para determinar el carácter revolucionario de una obra de arte
es el expuesto por Walter Benjamin (1973), para quien el arte de avanzada
o revolucionario es aquel que impulsa a las fuerzas productivas. Sobre
todo, a los modos y formas de producción más eficaces en relación a las
del pasado. No acompasar ni menos oponerse, sino ayudar a desarrollar, en
todas las formas posibles, tanto los instrumentos de producción como las
formas sociales que permitan un mejor aprovechamiento de las capacidades
humanas. Y esto significa, bajo el punto de vista del artista, impulsar
los nuevos medios de comunicación a través de su ejercicio y
experimentación creativa no sólo de los nuevos materiales o soportes
sino, también, de las nuevas formas de interrelación humana. No se
apologiza la actitud supuestamente objetiva o prescindente del arte o del
artista frente a la realidad social. Como ya se observó tal objetividad
es imposible, aunque el ancho abanico de posibilidades intermedias entre
ambos polos amerita todo tipo de actitudes. Por
este camino se examinarán tres experiencias que, de acuerdo a la
clasificación de García Canclini "(...) busca(n) actuar sobre la
conciencia política de los participantes, y convertir las obras en
ensayos o detonantes de un hecho político." La
acción estético - política realizada en 1968 por un grupo de artistas
argentinos, conocida como Tucumán Arde, quienes, tratando de encontrar
los caminos hacia un arte volcado a la consecusión de mejoras para los
sectores más desposeídos de la sociedad argentina, en tanto iban
conformando la fuerza social para el cambio de estructuras, se abocaron a
desmitificar la acción del gobierno militar. Eligen, para tal propósito,
la situación totalmente angustiosa de los trabajadores agrícolas de la
norteña Provincia de Tucumán, explotados por las refinerías de azúcar
que, en connivencia con el gobierno, habían lanzado la "Operación
Tucumán" con el inconfesado propósito de liquidar los sindicatos
tucumanos que impedían una explotación mayor. Frente
a este panorama, el grupo urde su táctica artística, creando un circuito
informacional. Primero llamó a una conferencia de prensa en donde informó
falsamente acerca de las actividades del grupo al mismo tiempo que
artistas y técnicos viajaron a Tucumán para recoger en directo
testimonios de la miserable vida que padecía el pueblo de aquella región.
La parasitación de los medios de comunicación masiva terminó con una
segunda conferencia de prensa en donde el grupo puso en claro sus propósitos:
la denuncia pública y masiva de un sistema de producción obsoleto basado
en la explotación y el hambre de los trabajadores agrícolas tucumanos. Aprovechando
el aire inocente de una "1er. Bienal de Arte de Vanguardia"
(nunca realizada), pegatinearon, en las calles y lugares públicos, obleas
con la palabra Tucumán, a la cual, más tarde, agregaron la palabra Arde
e inauguraron, en Rosario, Santa Fe y en Buenos Aires, una exposición con
todo el material recogido en aquella Provincia: filmes, fotos, documentos,
grabaciones, estadísticas, propaganda gráfica de los sindicatos
azucareros, audiovisuales, etc. Al día siguiente hubieron de levantar la
exposición apercibidos por el poder militar. Entre muchos otros artistas
participaron Juan Pablo Renzi, Graciela Carnevale, León Ferrari, Roberto
Jacoby, Rubén Naranjo, Jaime Rippa, etc. La acción se completó con la
compilación, análisis y publicación de los documentos y la fundamentación
teórica de la propuesta artística, de la cual se extracta: "Nosotros
queremos restituir las palabras, las acciones dramáticas, las imágenes
en donde puedan cumplir un rol revolucionario, donde sean útiles, donde
se puedan convertir en armas para la lucha. Arte es todo lo que moviliza y
agita. Arte es lo que niega este modo de vida y dice: hagamos algo para
cambiarle."
La
siguiente experiencia tiene que ver con la solidaridad internacional en
relación a los trágicos sucesos ocurridos en el contexto de una
movilización popular por la vigencia de los derechos humanos en la Plaza
Tienanmen, en China. El 14 de Julio de 1989, en Buenos Aires, decenas de
ciclistas se desplazaron por diversos barrios y enclaves céntricos de la
ciudad con detenciones en lugares de gran concentración pública en donde
realizaron actuaciones de diverso tipo:
pantomimas, danzas, esculturas vivientes, etc., para atraer la
atención de la gente e informar sobre la represión que sufrieron los
estudiantes chinos. La obra, cuyo instrumento expresivo fue la bicicleta,
medio de transporte usual en China, fue catalogada de "Ready - Made
Social" por sus autores, Fernando Bedoya y Emei, junto a la
asistencia del grupo Capataco y otras instituciones. También fue definida
como "(...) la apropiación de la calle como soporte del arte y el
juego como elemento de transformación de dogmas." (1989) La
obra denominada Bicicletas a la China se propuso, explícitamente, superar
desde el discurso cultural el divorcio con lo político. Las escenas plásticas,
llamadas "esculturas heroicas", que se realizaron con las
bicicletas fueron el modo operativo para connotar lo "chino" y
la protesta de los jóvenes estudiantes, en un esfuerzo por superar la
mera representatividad que suele ocultar los hechos y la realidad (porque
los sustituye) bajo un manto de signos banalizados e inoperantes, tratando
de establecer las bases de un lenguaje de la acción. Por
último se detalla la acción colectiva realizada por el Grupo de Artistas
Plásticos Uruguayos en relación a la Guerra del Golfo Pérsico dirimida
entre los Estados Unidos de Norteamérica, con el aval de las Naciones
Unidas, e Irak. La acción se realizó el 15 de febrero de 1991 frente al
Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno uruguayo y consistió en
una "acostada " en la céntrica Avenida 18 de Julio de
Montevideo, con detención del tránsito y una "tapada con
diarios", en tanto se oían sirenas y se desplegaba un cartel en
donde se leía: Gente en Obra: Artistas por la Paz.
La
demostración tuvo varias facetas: se realizó para denunciar la violencia
que se ejerce para resolver los problemas políticos y sociales, tanto
internos como externos y, además, de cara a la frivolidad y falta de
sensibilidad de los medios de comunicación masivos, para los cuales no
existieron bajas ni muertos y todo el exhaustivo despliegue de la
maquinaria de guerra de última generación reducido a las apariencias de
un juego electrónico. Y, también, frente a la onnubilización y negación
de la realidad de los gobiernos, para los cuales no existió una situación
beligerante, es decir, no hubo guerra aunque murieran cientos de miles de
personas, entre civiles y soldados, casi todos de nacionalidad iraquí.
Los artistas no sólo hicieron "reales "a las infaustas víctimas
sino, también, denunciaron su inocencia y la inutilidad de esas muertes
"sin nombres", ocurridas en beneficio de unas pocas
transnacionales del petróleo y del prestigio de algún político asociado
a ellas.
El
arte y la calle
La
calle, por sus características y por su índole de centro de la vida
social, se desentiende de lo que es arte y de que no lo es, al contrario
de las galerías y museos que imponen su lógica de consumo, es decir,
todo lo que se expone en ellos es arte o asume ese carácter (si no lo
es).En cambio la calle enfatiza la relación comunicacional, permitiendo
que el arte despliegue toda su funcionalidad, su razón de producto de
comunicación y no de mera mercancía sujeta a la leyes del mercado y del
lucro comercial. También,
la calle al desgajar al arte del conjunto de los mecanismos o aparatos de
contralor del Estado aplicados a cohonestar o legitimar su existencia, le
devuelve, a aquél, la función que tuvo desde el momento en que el hombre
tuvo acceso a sus facultades simbólicas y a la comunicación. La calle,
además, al desarticular las oposiciones del tipo bueno/malo, lindo/feo,
objetivo/subjetivo, etc., hace posible la libre opción del espectador al
permitirle elegir el sentido o los significados que la obra le presenta,
de acuerdo a su repertorio de conocimientos y experiencias personales, sin
autoritarismos, ni imposiciones ideológicas. Sin
embargo, las situaciones no son tan ideales como las descriptas ni tan
reales y determinadas que basten algunos algoritmos de acción artística
para, finalmente, lograr la pretendida unidad arte/sociedad. Tan sólo se
puede afirmar, provisoriamente, que la calle y los espacios urbanos,
favorecen esa esquiva relación, porque, al no desgajar ni aislar al arte
de sus productores/consumidores (es decir, la sociedad en su totalidad),
mantienen incólume la trama de sus relaciones interpersonales. Tal
vez, pareciera un mecanicismo torpe afirmar que la galería o el museo, al
romper aquella relación, fruto de la funcionalidad del arte,
descalifiquen absolutamente a la obra. En verdad, no impiden el proceso
comunicacional, sólo trasladan la determinación y la desvían hacia su
función auxiliar, intrínseca, de trasmisora involuntaria de ideología,
para neutralizarla y ponerla a su servicio. Los sectores sociales
preponderantes en la sociedad, dueños de las galerías y administradoras
de los museos, se adueñan de toda la producción simbólica de la
sociedad (aún aquella que los cuestionan) y la descontextualizan en esos
ámbitos exclusivos. Allí, las obras no sólo significan lo que en ellas
quiso expresar o sugerir el artista sino, también, connotan el poder de
sus actuales custodios. Allí
nace la descalificación o el silenciamiento de todo el arte que se
realice en la calle (salvo aquel que reitere los vicios del consumo galerístico).
Allí el arte no afianza ni legitima el poder vigente ni cohonesta ninguna
acción político - social que se emprenda en nombre de aquella
pertenencia, fruto del omnívoro poder económico. La
calle va más lejos. No sólo cuestiona el arte sino que, también,
discute la cultura y los fundamentos, al parecer inconmovibles, que la
sustentan. Claro está que entendiendo "calle" como derivación
metonímica de "vida social". Es en ella, realmente, en donde
los cuestionamientos artísticos pueden superar sus límites simbólicos y
acceder a los cambios radicales no sólo a nivel de la representación
sino a nivel de la realidad misma. Bibliografía
consultada
Bedoya,
Fernando y Emei - El conflicto como objeto, revista Manuscritos, nro.4,
Buenos Aires,1989. |