En La letra e (fragmentos de un diario)
(1987), Monterroso brinda a sus lectores la posibilidad de recuperar
y compartir con él algunos momentos importantes de su vida
entre 1983 y 1985. La obra participa del impulso autobiográfico
propio de un género al que el autor había hecho alusiones
concretas en obras anteriores. En La palabra mágica había
reflexionado de forma ambigua ante la proliferación de escritores
que contaban su vida, si bien señalaba que «sólo
la forma de contarlo diferencia a los buenos escritores de los
malos»; en Lo demás es silencio, se inscribía
la biografía de un personaje ficticio, el escritor Eduardo
Torres, de manera que, a sabiendas de la afición de Monterroso
por experimentar en cuanto a formas literarias abiertas a nuevas
necesidades de expresión, La letra e resulta ser la obra
apropiada con la que se descubre en carne y hueso, tanto en lo
personal como en lo profesional, ante sus lectores.
Pero, ¿llegamos a conocer, de verdad, a Monterroso a través
de los fragmentos que componen La letra e? Está claro que
en estas páginas no se revela un Monterroso único ni
homogéneo, sino que, al contrario del yo absoluto que marca
el relato autobiográfico, en La letra e, se apunta un yo plural
y heterogéneo, gracias a la particular forma de presentarse:
en todo momento necesita compartir y apoyar sus experiencias y reflexiones
en los otros y, en último término, en los propios lectores.
Ahora bien, La letra e descubre a Monterroso en múltiples
facetas, bien en relación con los espacios privados e íntimos,
bien en relación con los públicos: se emociona antes
las más pequeñas manifestaciones de la naturaleza,
como un pájaro, una ola, un árbol; siente miedo ante
una nueva publicación suya; adora viajar a ciudades en las
que encuentra huellas de sus escritores preferidos, como París
por Cortázar y Viena por Kafka; se siente feliz cuando recibe
el Premio Villaurrutia en México; se enoja ante las críticas
perversas hacia su obra; se intimida cuando tiene que presentarse
ante el público para hablar de sus obras; odia las entrevistas;
envidia a los escritores que tienen más éxito que él;
ama a José Martí, a Centroamérica y a todo lo
latinoamericano; defiende a los escritores comprometidos con las
causas sociales y ataca el imperialismo norteamericano que abusa
de los países del Tercer Mundo; participa como jurado en la
concesión de diversos premios literarios y se siente angustiado
ante la responsabilidad de ser justo; confiesa que un diario no tiene
porqué revelar el verdadero «ego de un autor»;
critica ciertas adaptaciones literarias clásicas para la literatura
infantil; revela tener sentimientos de inferioridad, se muestra irónico
ante sus propias confesiones en este diario de viaje; se muestra
inflexible ante la hipocresía humana y desconfía de
los elogios, aunque le suenen bien; le angustia escribir, al tiempo
que le asalta la tentación de dejar esta tarea; le gustan
las reuniones con los amigos, viajar en tren, ir a librerías
donde puede adquirir buenos libros; le apasiona la música
clásica; admira a Luis Cardoza y Aragón, también
a Borges y a Cortázar, entre otros escritores latinoamericanos.
En suma, La letra e está escrito con la E de la estética
más familiar a Monterroso, vale decir, la fragmentaria, la
breve, la concisa, pero no por ello menos intachable, depurada y
bella. También está escrito con la E de la ética
monterrosiana: la de mostrarse desnudo, como escritor, ante sus lectores,
para retarlos a que lo acepten, tal cómo él es, para
siempre. |