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>El MuVIM y los libros para niños. Libros infantiles:
1920-1940

Del 23 de junio al 15 de septiembre de 2005. Comisarios: Françoise Lévéque

y Carlos Pérez

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En los primeros años de los años veinte del siglo pasado, cuando las corrientes de vanguardia mostraron mayor efervescencia, la literatura para niños inició un cambio radical, relacionado con las nuevas propuestas artísticas y los postulados de los movimientos de renovación pedagógica. El estudio de los idearios de las vanguardias revela que los artistas y escritores adscritos a ellas intentaron, en ocasiones obsesivamente, implantar sus principios estéticos en la sociedad. Es decir, pretendieron lograr que sus ideas impregnaran cualquier actividad cotidiana y, así, originar un nuevo estilo de vida. En consecuencia, fue lógico ese interés por el mundo de los niños que, puestos en contacto desde los primeros años con las formas y conceptos del arte moderno, así como con las ideas sociales que los sustentaban, los asumirían y aceptarían con normalidad, convirtiéndose de ese modo en los artífices de la ansiada transformación.

En líneas generales, la producción para la infancia de las vanguardias se caracterizó por su carácter antibélico –con la excepción de los futuristas italianos y algunos artistas rusos-, y también por la introducción de temas, hasta entonces nada frecuentes en esa clase de trabajos, relacionados con la igualdad del hombre, con los medios de producción, así como con las nuevas fuentes de energía y sus aplicaciones industriales y domésticas, el medio ambiente, los alimentos, la higiene y los nuevos sistemas de comunicación y transporte. En los libros infantiles, al tiempo que iban desapareciendo las hadas, los ogros y las brujas que habían caracterizado a toda la literatura de ese género, se ofrecían nuevos héroes como Harold Lloyd, Charlot o Mickey Mouse, procedentes del cine, y también gente normal que, como los electricistas y los carteros, cumplían una cotidiana y necesaria labor social. No obstante, subsistió una tendencia que intentó seguir con la tradición, con el arte popular, considerado un elemento pedagógico de primer orden que, por ser transmitido de generación en generación, suponía un punto de encuentro entre el adulto y el niño.

Se ha de señalar que tal propuesta también se transformó, mediante la utilización de ilustraciones y composiciones tipográficas acordes con el arte nuevo. Asimismo, se ha de subrayar la irrupción, en el mundo del libro, de la fotografía y el fotomontaje que se dieron en considerar por los artistas de vanguardia como otras fuentes tipográficas, por su condición de nuevos lenguajes ópticos, que además de reflejar la correspondencia entre innovaciones plásticas y tecnológicas, a nivel educativo sustituyeron con ventaja al dibujo, por presentar las cosas y los acontecimientos con mayor realidad.

El inicio de toda esta utopía, destrozada con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, se ha fijado en la exposición organizada por Blaise Cendrars en 1920, en la librería Bonaparte de París, sobre libros para niños realizados por artistas y escritores rusos tras la revolución soviética. Aquellas obras, como el arte que se producía en Rusia en esos años, estaba muy relacionado con las corrientes de vanguardia, en especial con el constructivismo, y reflejaba el interés de los artistas en lograr un lenguaje gráfico no minoritario que, conjugando tradición y modernidad, posibilitara un mejor acercamiento del arte moderno al universo infantil. Esas formulaciones lograron un gran impacto editorial, y se puede afirmar, por los artículos aparecidos en las más prestigiosas revistas de la época, que tuvieron una enorme influencia en la producción de los escritores y artistas europeos, comprometidos igualmente en la difusión de las formas modernas, de los sistemas educativos activos y en la lucha contra el analfabetismo.

Durante casi tres décadas, la edición de libros infantiles, alejada definitivamente de los rancios planteamientos del siglo XIX, alcanzó un desarrollo notable. Así, se realizaron grandes tiradas de ejemplares, y el libro dejó de ser un objeto minoritario para ser algo, sujeto a la reproducción masiva, que podía disfrutar una mayoría. Sin embargo, los programas políticos de distintos países que marcaban ideológicamente las actividades culturales –como el caso de la Italia de Mussolini, la Rusia de Stalin o la España de Franco-, más el estallido de la Segunda Guerra Mundial, paralizaron una iniciativa estética y literaria en la que confluyeron, por primera vez, la pedagogía y el arte modernos.