Ciclo
de conferencias
Arte
y acción
Entre
la perfomance
y el objeto, 1949-1979
Comisario:
Paul Schimmel
MACBA, enero de 1999
Transcripcion interna,
no autorizada ni por el autor
ni por la entidad
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El híbrido de Lygia
Clark
Suely Rolnik
"¿Cuántos seres soy yo para ir a buscar siempre en el otro
ser que me habita las realidades de las contradicciones? ¿Cuántas
alegrías y dolores ha ofrecido mi cuerpo al otro ser que está secretamente
dentro de mi yo, abriéndose como una gigantesca coliflor? En
mi vientre habita un pájaro. en mi pecho, un león. Éste
no para de pasearse de acá para allá. El pájaro
grazna, parca y es sacrificado. El huevo sigue envolviéndolo,
como una mortaja, pero ya es el inicio de otro pájaro que nace
inmediatamente después de la muerte. No llega a haber intervalo.
Es el festín de la vida y de la muerte entrelazadas."2
Nos habitan pájaros y leones, dice Lvgia, son nuestro cuerpo-bicho.³ Cuerpo-vibrátil,
sensible a los efectos del agitado movimiento de los flujos ambientales
que nos atraviesan. Cuerpo-huevo, en el que germinan unos estados intensivos
desconocidos provocados por las nuevas composiciones que los flujos,
paseándose de acá para allá, van haciendo y deshaciendo.
De vez en cuando, la germinación se acumula hasta el punto de
que el cuerpo ya no consigue expresarse en su figura actual. Es la
inquietud: el bicho grazna, patea y acaba siendo sacrificado; su forma
se convierte en su mortaja. Si nos dejamos atrapar, es el inicio de
otro cuerpo que nace inmediatamente después de la muerte.
Pero ¿qué es exactamente lo que nos atraparía?
La tensión entre la figura actual del cuerpo-bicho que insiste
por fuerza de costumbre, y los estados intensivos que se producen en él
irreversiblemente, exigiendo la creación de una nueva figura.
Dejarnos atrapar por el festín de la vida y de la muerte entrelazadas:
lo trágico. La capacidad para habitar esta tensión puede
constituir un criterio para distinguir modos de subjetivación.
Un criterio ético, puesto que está fundado sobre la expansión
de la vida, ya que ésta se da en la producción de diferencias
y en su afirmación en nuevas formas de existencia.
El arte es el campo
privilegiado del enfrentamiento de lo trágico.
Un modo artístico de subjetivación se reconoce por su
especial intimidad con el entrelazamiento de la vida y la muerte. El
artista consigue mantenerse a la escucha de las diferencias intensivas
que vibran en su cuerpo-bicho y, dejándose atrapar por la agonía
de su pateo, se entrega al festín del sacrificio. Entonces,
como una coliflor gigantesca, se abre su cuerpo-huevo, y de él
nacerá, con su obra, otro yo hasta entonces larvario.
El artista y la
obra se hacen simultáneamente, en una inagotable
heterogénesis. A través de la creación, el artista
planta cara al malestar de la muerte de su yo actual, causado por la
presión de los yo larvarios que se agitan en su cuerpo. Este
enfrentamiento, el artista lo realiza en la materialidad de su trabajo:
ahí se inscriben las marcas de aquel singular encuentro con
el festín trágico. Al ser marcas de esta experiencia,
llevan la posibilidad de su transmisión: así aumentan
en la subjetividad del receptor las posibilidades de realizar a su
modo este encuentro, de acercarse a su cuerpo-vibrátil y exponerse
a las exigencias de creación de este cuerpo.
Así, el arte es una reserva ecológica de las especies
invisibles que pueblan nuestro cuerpo-bicho y su generosa vida germinativa;
manantial de oxígeno para el enfrentamiento con lo trágico.
La permeabilidad entre esta reserva de heterogénesis y el resto
del planeta varia según los contextos históricos. Su
grado determina en qué medida el planeta puede respirar los
aires de la reserva.
En el mundo contemporáneo, nos encontramos ante una situación
paradójica. Por una parte, el arte constituye un ámbito
bien delimitado, cosa que da la impresión de un cierto desvanecimiento
del cuerpo-vibrátil en el resto del planeta. Se instaura un
tipo de subjetividad que tiende a desconocer los estados intensivos
y a orientarse únicamente por la dimensión formal. Contribuye
en gran medida a ello el hecho de que el mercado se haya convertido
actualmente en el principal -sino único- dispositivo de reconocimiento
social. Esto tiene como efecto una orientación cada vez más
pronunciada de las subjetividades hacia formas supuestamente valorables
en función de este reconocimiento, y cada vez menos en función
de la eficacia de las formas en cuanto vehículos de sentido
para las diferencias que se van produciendo. Los monopolios de los
medios de comunicación contribuyen de manera especial a la constitución
de este modo menos experimental y más mercadológico de
subjetivación. En sus arterias electrónicas navegan,
por todo el planeta, imágenes de formas de existencia glamorosas,
que parecen planear, inamovibles, más allá de las turbulencias
de lo vivo. La seducción de estas figuras moviliza una búsqueda
frenética de identificación, siempre fracasada, pero
siempre recomenzada, puesto que se trata de montajes imaginarios.
Por otra parte,
sin embargo, nuestro cuerpo-bicho patea más
que nunca: las nuevas tecnologías de comunicación e información
actúan de modo que cada individuo tiende a ser habitado permanentemente
por flujos del planeta entero. Esta densificación de universos
multiplica las hibridaciones y por consiguiente estimula el engendramiento
de diferencias que vibran en el cuerpo y lo hacen graznar. Así,
la disparidad entre la infinitud de la producción de diferencias
y la finitud de las formas se exacerba cada vez más: entre el
huevo y la mortaja no llega a haber siquiera un intervalo, tal como
nos advertía Lygia ya en los años sesenta; actualmente,
las formas son más efímeras que nunca.
En otras palabras:
muchos flujos, mucha hibridación, una producción
de diferencia intensificada; pero, paradójicamente, poca escucha
a este rumor, poca fluidez, un poder de experimentación debilitado.
En este mundo de subjetividades mercadológicas, la permeabilidad
entre el arte -lugar x' único lugar donde el graznido se oye
como una llamada a la creación- y el resto del planeta tiende
a ser mínima. Fuera del arte y del artista, cada graznido del
bicho, cada muerte de una figura de lo humano, tiende a ser vivido
como una amenaza de aniquilamiento total. Esta sensación puede
provocar reacciones patológicas, y ahí entramos en otro ámbito
muy distinto: el de la clínica.
La disparidad entre
el bicho y el hombre, reducida a oscilar entre la reserva ecológica del arte y el asilo en la clínica,
ve cómo su poder disruptor se vuelve estéril. Al no encontrar
vías de existencialización, las diferencias acaban siendo
abortadas. Estética y ética se disocian: el proceso de
creación experimental de la existencia se desactiva; la vida
mengua.
Es en este contexto
donde se plantea la cuestión que, a mi
entender, es el motor de la obra de Lygia Clark: incitar en el receptor
el coraje de exponerse al graznar del bicho; así, el artista
pasa a ser un "propositor" de las condiciones para este enfrentamiento.
Lo que Lygia quiere es que el festín del entrelazamiento de
la vida y la muerte salga de las fronteras del arte y se disemine en
la existencia. Persigue soluciones para que el objeto en sí tenga
el poder de promover este desconfinamiento.
Aunque presente
a lo largo de toda su obra, esta proposición
es más fácilmente discernible a partir de la fase que
se inicia en 1964, con Caminhando, momento en que Lygia va más
lejos en su exploración del polo experimental del arte, en detrimento
del polo narcísico/mercadológico. Fue en esta época
cuando escribió cosas como ésta: "Aunque esta nueva
proposición no sea ya considerada como obra de arte, hay que
llevarla adelante (¿nueva modalidad de arte?)."5 Su pregunta
se radicaliza y se explicita con mayor vigor. El sentido del objeto
pasa a depender enteramente de la experimentación, lo cual impide
que el objeto sea simplemente expuesto y que el receptor pueda con-sumirlo
sin quedar afectado por este encuentro. El objeto pierde su autonomía, "es
apenas una potencialidad"5' que será actualizada, o no,
por el receptor. Lygia quiere alcanzar el punto mínimo de materialidad
del objeto, allí donde no es sino la encarnación de la
transmutación que se operó en su subjetividad, un punto
donde, por esto mismo, el objeto alcanza su máxima potencia
de contagio del receptor.
Con los Objetos
relacionais, su última obra, Lygia llega lo
más cerca de este punto. Pequeñas bolsas de plástico
o de tela llenas de aire, de agua, de arena o de poliestireno; tubos
de caucho, rollos de cartón, trapos, medias, conchas, miel y
otros muchos objetos inesperados se desparraman en el espacio poético
que ella creó en una de las habitaciones de su apartamento,
y al que dio el nombre de "consultorio". Son los elementos
de un ritual iniciático que la autora instaura a lo largo de "sesiones" regulares
con cada receptor.
Pero, ¿a qué somos iniciados en su consultorio experimental?
A la vivencia del desmontaje de nuestro perfil, de nuestra imagen corporal,
para aventurarnos en la procesualidad hirviente de nuestro cuerpo-vibrátil
sin imagen. El viaje hacia este más allá de la representación
es tan intenso que Lygia, por prudencia, dejaba una piedrecita en la
mano del receptor/paciente durante toda la sesión, para que,
siguiendo el ejemplo de Pulgarcito, pudiera encontrar el camino de
regreso. Regreso a lo familiar, lo conocido, lo doméstico; retorno
a la forma, a la imagen, a lo humano: "la prueba de la realidad",
llamaba Lygia a este aspecto de su ritual.
Así, la iniciación que tenía lugar en el consultorio
experimental de Lygia no tenía rigurosamente nada que ver con
la expresión o 1a recuperación de uno mismo, ni con el
descubrimiento de alguna supuesta unidad o interioridad en cuyo interior
se ocultarían fantasías, primordiales o no, que se trataría
de acercar a la consciencia. Al contrario, los Objetos relacionais
nos llevan al cuerpo-huevo. Estos extraños objetos creados por
Lvgia tienen el poder de hacernos diferir de nosotros mismos.
La radicalización de la propuesta de Lygia va se anunciaba
en el 7ícpaote. último ejemplar de la prestigiosa familia
de los Bichos. Esta radicalización adquirió visibilidad
en el puntapié que dio Mario Pedrosa a la obra cuando la vio
por primera vez, en la alegría que sintió al poder "chutar" una
obra de arte. El memorable gesto del crítico y amigo materializa
el punto de arranque de un salto en la obra de Lygia, un salto que
iba a llevarla a una región del arte cada vez más fronteriza,
sobre todo en relación con el universo artístico de su época.
Sobre su obra empieza a planear un misterio que se mantendrá durante
los veinticuatro últimos años de su vida, e incluso después
de su muerte. ¿El puntapié se lo dio Lygia al arte mismo? ¿Se
quedó vacía como 'Se volvió loca?
Doce años más tarde, al crear los Objetos relacionais,
la misma Lygia Clark, en aquel momento incomprendida y marginalizada
por el mundo del arte, aparece con una respuesta: se convertirá en
psicoterapeuta. Los pocos críticos que, en aquel momento, todavía
se aventuraban a pensar su obra tendieron a aceptar esta explicación
(sin por ello poder calibrar el valor terapéutico de su trabajo).
Así fue como se instauró la explicación oficial
de la obra de Lygia Clark post-puntapié.
En aquel momento,
yo también me conformé con la respuesta,
hasta el punto que, a petición de Lygia, emprendí una
lectura psicoanalítica de sus sesiones con los Objetos relacionais,
que yo trataba como una práctica clínica en la tesis
de Psicología que defendí en una universidad de París.5
Pero ahora ya no acepto tan fácilmente esta explicación
según la cual Lygia se habría convertido en terapeuta.
Y conste que no se trata de ningún prurito de ortodoxia. Al
contrario, es porque me parece que el desafío que nos propone
Lygia es precisamente el de convivir con la posición fronteriza
en la que ella se había ido instalando poco a poco. Ella misma,
en una entrevista, comenta así su propuesta con los Objetos
relacionais: "Es un trabajo fronterizo, porque no se trata ni
de psicoanálisis, ni de arte. Yo me quedo en la frontera, completamente
sola."5 Actualmente, yo entendería de otro modo la demanda
de Lygia: más que traerla hacia el mundo de la clínica,
tal como hice en los años setenta, habría que ir a su
encuentro, en la frontera.
Aunque me parezca
del todo pertinente utilizar las propuestas de Lygia en el trabajo
clínico -cosa que, por otra parte, ella deseaba-,
ya no pienso que haya habido una Lygia artista y otra terapeuta. Es
más, creo que esta división atenúa la fuerza disruptiva
de su obra. El puntapié, gesto de Lvgia que protagoniza Mario
Pedrosa, no apuntaba al arte en sí, sino al confinamiento del
arte en una disciplina autónoma que implica la cosificación
del proceso creador. Lygia quería dislocar el objeto de su condición
de fin a una condición de medio. El salto de Lygia, después
de los Bichos, no la lleva hacia un más allá del arte,
que se situaría en el interior de la clínica, sino más
bien hacia una frontera donde se depura la cuestión que atraviesa
el conjunto de su obra. Y esta depuración tendrá consecuencias
tanto en el arte como en la clínica.
La cuestión que Lygia materializa en su obra tiene el poder
de arrancar la cerca que aísla el arte en cuanto reserva ecológica
de enfrentamiento con lo trágico. Así, su obra acabó por
llevar a hibridaciones del arre con otras prácticas. particularmente
con la clínica; y no se trata de ninguna casualidad. Como ya
hemos visto, la clínica nace exactamente en un contexto socio-cultural
que obliga a callarse al graznido del bicho, enjaulándolo en
el arte; fuera del arte, en los demás ámbitos de la vida
social, este graznido tiende a ser vivido como un trauma. Es curioso
constatar que Lygia llama "estado de arte" aquello que, en
nosotros, escucha este graznido, y Gilles Deleuze llama "estado
de clínica" aquello que, en nosotros, lo hace callar. El
híbrido arte/clínica que se produce en la obra de Lvgia
explicita la transversalidad que existe entre estas dos prácticas.
Problematizar esta transversalidad puede convocar el poder de crítica
que está presente tanto en el arte como en la clínica.
En primer lugar,
este híbrido hace visible la dimensión
clínica del arte: la revitalización del estado de arte
implica potencialmente una superación del estado de clínica.
Y recíprocamente, la dimensión estética de la
clínica adquiere visibilidad: la superación del estado
de clínica implica potencialmente una revitalización
del estado de arte.
En segundo lugar,
descubrimos en ambas prácticas la presencia
de una misma dimensión ética: el ejercicio de una dislocación
del principio constitutivo de las formas de la realidad que predomina
en nuestro mundo. Deshacerse del apego a las formas-mortaja como referencia,
para poder constituirse y reconstituirse en el festín del entrelazamiento
la vida y la muerte o, en palabras de Lygia, "para que todo en
la realidad sea proceso") Su híbrido arte/clínica
nos muestra que la cuestión ética fundamental que atraviesa
estos dos campos es la de crear unas condiciones tales que uno pueda
exponerse al malestar provocado por lo trágico.
Y, por último, tanto en la práctica artística
como en la clínica, se explicita una misma dimensión
política: desde la perspectiva de su hibridación, se
revelan como fuerzas de resistencia contra la esterilización
del poder disruptivo de la disparidad entre la infinita germinación
del cuerpo-huevo y la finitud de las formas que encarnan cada una de
sus creaciones. Ya lo hemos visto, la rigidez de la separación
entre estas prácticas implica una patologización del
estado de arte: disminuyen las posibilidades de constituirnos territorios
que sean la expresión de las diferencias engendradas en nuestro
cuerpo-bicho, y con ellas las posibilidades de alcanzar la dimensión
experimental de la vida, la construcción de la vida misma como
obra de arte.
Pero no por ello
arte y clínica llegan a confundirse: aunque
ambos apunten a la movilización del estado de arte en la subjetividad,
la singularidad de la clínica consiste en tratar los impedimentos
psíquicos a esta movilización, cosa que no interesa al
arte. Estos impedimentos siempre se erigen en la frontera entre el
cuerpo-bicho y sus formas en el hombre, sólo varían sus
modalidades. Una de estas modalidades es el borderline: un tipo de
subjetividad que no es prisionera de una forma, como es el caso en
la neurosis, ni está perdida en las intensidades del cuerpo-vibrátil,
como es el caso en la psicosis: esta subjetividad es funámbula
y se equilibra mejor o peor en la línea fronteriza. En esta
posición precaria, es más fácil tener acceso al
bicho; se gana una mayor libertad de desnaturalización de las
formas. El proceso es de una gran fluidez, a pesar del permanente riesgo
de caída. Si la caída es hacia el lado de la neurosis,
el proceso se detiene; si es hacia el lado de la psicosis, el proceso
se queda girando en el vacío, infinitamente.
Lygia nunca ocultó su preferencia por los borderlines, seguramente
por su mayor versatilidad en el vaivén entre el bicho y el hombre.
Con este tipo de receptor, Lvgia obtenía más fácilmente
el efecto que deseaba de sus Objetos relacionais, sin tener que aburrirse
con la monotonía de la neurosis, ni agotarse con los terrores
de la psicosis. Estas situaciones, propias de la clínica, le
pesaban mucho: en numerosas cartas se queja de sentirse demasiado impregnada
por lo que ocurre en el transcurso de estas sesiones, completamente
exhausta. En 1984, escribe a Cuy Brett que ella considera agotado este
trabajo, que ha dejado de interesarle porque ya domina su concepto,
que por lo demás, dice, "son varios".
Yo creo que Lygia
se dice terapeuta, a sí misma y a los demás,
en respuesta a la sordera ambiental que se constituye alrededor de
su obra, en oposición diametral al éxito que conoce en
los años cincuenta y sesenta: no hay que olvidar que el momento
del puntapié radicalizador de Lvgia es también el momento
en que su prestigio alcanza el apogeo a escala internacional.'3 Probablemente
cuando se sintió más apoyada fue cuando pudo efectuar
aquel peligroso salto sobre el trapecio de la creación. Pero
había ido demasiado lejos, y la red del ambiente artístico
ya no se hallaba bajo su trapecio: para este ambiente, salvo rarísimas
excepciones, su obra ya no tenía ningún sentido. Al decirse
terapeuta, Lygia quiso reconstruirse otra red de apoyo de sentido para
sus propuestas, que esta vez fue a buscar en el medio psicoanalítico.
El cual, por cierto, no se lo concederá jamás.
Pero de ahí a tomar esta interpretación de Lvgia como
verdad sobre las sesiones con sus Objetos relacionais, hay un abismo.
Esta posición implica aceptar el confinamiento de su obra en
un método terapéutico, lo que es lo mismo que confinarla
en el arte como ámbito aislado. Y ¿no es precisamente
este confinamiento lo que Lygia combatió con tanta 'No fue justamente
para escapar de él que creó este híbrido en la
frontera entre los dos campos, como su última arma? La propia
Lygia declara: "Yo no cambié el arte por el psicoanálisis.
Lo que pasa es que todas mis investigaciones me llevaron a hacer lo
que hago, que no es psicoanálisis. Desde que pedí la
participación del espectador, que fue en el 59, a partir de
entonces todos mis trabajos exigen la participación del espectador:
Mi trabajo siempre estuvo guiado por la voluntad de que el otro experimentara,
no sólo para experimentar yo. "Por ahora, tengo la consciencia
de que mi trabajo es un campo 'experimental', rico en posibilidades,
y nada más.
Insistir en considerar
como método terapéutico la última
propuesta de Lygia puede llevarnos a perder lo esencial: la fuerza
disruptiva de su híbrido, hecho de arte y clínica, que
hace vibrar en cada uno de estos campos la tensión de lo trágico,
haciendo indisociables ética y estética.
Porque Lygia se
situó en el borde del arte de su tiempo, su
obra indica nuevos rumbos al arte, revitalizando su potencia de contaminación.
El artista como "propositor" de condiciones para que el receptor
pueda dejarse embarcar en el desmontaje de las formas -incluso las
suyas propias- en favor de nuevas composiciones de flujos, que su cuerpo-vibrátil
va viviendo a lo largo del tiempo.
Al situarse también en el borde de la clínica de su
tiempo, Lygia indica para nosotros los analistas nuevos rumbos por
explorar. Si estamos dispuestos a ir a su encuentro en la frontera,
nos vemos obligados a mirar cara a cara el cuerpo-bicho, fibra a fibra,
y descubrirlo en toda su riqueza y complejidad. Entonces nos damos
cuenta de que si en el trabajo de la clínica lo que está en
juego es la relación con el cuerpo-bicho, tenemos sin embargo
la costumbre de reducirlo a sus formas humanas tan pronto como lo presentimos.
Delante de esta constatación, no podemos dejar de pensar en
la necesidad de reorientar nuestras prácticas. Pero ¿hacia
dónde apuntan estas nuevas direcciones?
Lo que la hibridación con el arte puede ayudarnos a comprender
es que toda patología se refiere a la relación con lo
trágico, más exactamente a la dificultad de abrir un
paso entre el cuerpo-bicho y sus formas humanas. Ya vimos lo numerosas
que son las versiones de esta dificultad; por ejemplo, quedar enredado
en las intensidades del cuerpo, lacerado por el dolor de su graznido,
como en la psicosis; o adicto a las estrategias existenciales montadas
para anestesiarlo, como en la neurosis. Sea cual sea la modalidad de
interrupción del proceso,'6 el efecto es siempre el mismo: la
potencia creadora queda minada y el estado de arte, entorpecido; se
instala un estado de clínica en la subjetividad. Las prácticas
analíticas consistirán entonces en crear condiciones
favorables para una despatologización de la relación
con lo trágico. Ello pasa esencialmente por la conquista de
una intimidad con el punto innombrable desde el que emergen las formas.
No es abandonar
el arte, lo que propone Lygia, ni tampoco cambiarlo por la clínica, sino habitar la tensión de sus bordes.
Al situarme en esta zona fronteriza, su obra tiene virtualmente la
fuerza de "tratar" tanto al arte como a la clínica,
para que ambos puedan recuperar su potencial de crítica del
modo dominante de subjetivación, en función de las diferencias
que piden paso: potencia de revitalización del estado de arte,
del que depende la invención de la existencia. ¿Sería ésta
su utopía? Dejamos a Lygia la última palabra: "Si
la pérdida de individualidad se impone de todos modos al hombre
moderno, el artista le ofrece una venganza, y la ocasión de
reencontrarse. Al tiempo que se disuelve en el mundo, que se funde
con lo colectivo, el artista pierde su singularidad, su poder expresivo.
Se conforma con proponer a los demás que sean ellos mismos y
que alcancen el singular estado de arte sin arte."'
NOTAS
1. Versión revisada de Lvgia Clark e o híbrido arte/clínica",
publicado en J'crcutso. Rctista de Psicanálise (Departamento
de Psicoanálisis, Sedes Sapientiae lnstitutc, SSo Paulo), año
VIII. ntim. 16 (1996): 43-48.
2. Lvgia Clark,
carta a Mário Pedrosa. 196T Citada por Sónia
Líos en A rus. Río de Janeiro, 1996.
3. En portugués corpo-hi cha, alusión
a los Bichos, serie de obras de Lvgia Clark que llevan este nombre.
4. Paulo César L.opes. Pragmárica cío dcsgo.
Apuoxiuusuçocs d ¡litiO tCOi'111 cIa clínica cm
Félix (7uactari e Gil/es De/ence, tesis doctoral, III' ciclo
de Psicología Clínica de la PUC/SI) SSo Paulo, 1996.
5. Lvgia Clark.
'A magia do objeto sem funçSo", inédito,
1965.
6. Lygia Clark.
'Caminh,sndo", en Lygia (uso'4. Río
de Janeiro: Funarte,1980.
7. Mário Pedrosa, una de las figuras más importantes
de la historia de la crítica en ci Brasil, fue un intérprete
privilegiado de la obra de Ligia Clark.
8. La /t4éntoire a',, cotps. Paris: UER dr Sciences Humaines
Cliniques. Sorbonne, Université de Paris VII, 1978.
9. Wilson Coutinho. "A radical Lygia Clark".
Jatata! d0 Bt'asil (Rio dc Janeiro) (15 diciembre 1980).
10. Carta a Hélio Oiticica, 26 octubre 1968, en Lygia GIarle-Hélia
Oirjcjca: Garras 1964-74. Río de Janeiro: Editora UFRJ, 1996.
11. Paulo César
Lopes, op. cit.
12. Carta del 31 agosto 1984.
13. En 1963, exposición en la Louis Alexander Gallen' de Nueva
York. año igualmente de la VII Bienal do Museu de Arte Moderna
de SSo Paulo, donde se le dedica una sala especial; en 1965, exposición
en la Signals Gallerv de Londres; en 1968, sala especial en la XXXIV
Bienal de Venecia.
14. Entrevista con Jorge Guinle, s.d.
15. Carta a Mme
Karlicow, con la que Lvgia había iniciado un
trabajo de relajación, s.d.
16. Paulo César
Lopes, op. cit.
17. "A propósito da magia do objeto",
en Ljgia Glark. Rio de Janeiro: Funarte, 1980: 28. |