Una mujer de cuarenta y cinco años me consultó a finales de julio, presa de una angustia que no era nueva en ella, pero que ya se le hacía muy insoportable. Sabía que estábamos al borde de las vacaciones cuando me llamó para que la atendiera, lo que no deja de ser un dato importante, como luego veremos. Pero dada su angustia, acepté verla antes de marcharme. Ella estaba desesperada porque era la primera vez que sentía una poderosa atracción erótica por un profesor suyo, quince años menor que ella, y no sabía cómo librarse de ese deseo. Se sentía imposibilitada de realizarlo, tanto más cuanto más lo deseaba. Casada desde hace diez años, tiene una hija en edad escolar. Esta atracción por este profesor invadía todas sus horas: No podía pensar en otra cosa. Descuidaba sus obligaciones en su casa, en su trabajo, en relación a su hija, y no sabía qué hacer con su marido: Si separarse o no. Aún teme dejarlo porque lo necesita muy fuertemente, no puede prescindir de su apoyo afectivo, pero cree que con él repite la misma situación que siempre ha sentido como una cárcel con su familia, especialmente con sus hermanas, no poder hacer lo que desea por miedo de perder un afecto que sabe imprescindible para sostenerse. Pero no desea a su marido. Siente que las relaciones sexuales con él son una inversión de cómo se ha considerado tratada siempre en otras relaciones, donde ella era el objeto de goce. Ahora si bien ella hace de su marido un objeto, es la única relación en su vida donde ella se atreve a adoptar esa posición y tampoco se percibe deseante. Eso la hace sentir mal porque constata que sus intercambios sexuales siempre han sido mecánicos, igual que sus orgasmos, pero sin ilusión. Cuando Freud escuchaba una perturbación de esta naturaleza en lo que concierne a la falta de deseo, no tenía dudas acerca del diagnóstico y así lo decía: Se trataba de histeria. Hoy no nos es tan fácil hacer un diagnóstico tan rápido cuando aparecen otros síntomas que complican el cuadro, por ejemplo, la certeza que ella tenía de que su enamoramiento era compartido por ese profesor, que él sentía lo mismo que ella, certeza que la llevaba a adoptar actitudes muy invasoras hacia él, hasta tal punto que un día él protestó muy vehementemente interrogándola acerca de qué es lo que él le había dicho para que ella se montara semejante historia con él. Esto me hacía pensar en un delirio erotómano, lo que me hacía ser mucho más cautelosa escuchándola. En realidad, lo que la trajo a consultarme era la desesperación en la que entró cuando creyó que ese profesor ya no se interesaba por ella, lo que desató una angustia poderosísima. Añoraba lo que ese enamoramiento le hacía sentir. Decía: "Ese globo que lo abarcaba todo, que me hacía sentir transportada en una nube, me hacía vivir. Entonces no me faltaba nada más. Sólo pensar en él me daba energía para todo lo demás. Podía trabajar, no pensar en mis problemas, ni en mi menopausia, ni en mis quistes ováricos ni en los problemas con mi marido. Hasta me daba la fuerza para tener relaciones con él y sentir alegría porque pensaba en el profesor." Ese fragmento de su relato es muy interesante, entre otras cosas, porque hace referencia a lo que a ella le resulta muy insoportable, sentir su vacío, que ella tapaba total y únicamente con ese enamoramiento. El la hacia sentir joven, a veces, una niña. Para esta mujer, que es muy bella y que siempre había sostenido su narcisismo a través de una seducción ambigua, del tipo de glamour que resulta de un intercambio de miradas sugerentes, pero sin riesgo ninguno, la menopausia le significa una debacle. Presentaba una verdadera obsesión por las arrugas que ella veía aparecer en sus ojos. Que su pelo perdiera brillo, era otro drama. Comienza a sentirse muy insegura de la eficacia de su cuerpo para seducir. Tener un atraso en la regla podía convertirse en una fuente de angustia terrible y hacerla llorar sin parar. Aparecieron ideas hipocondríacas, verdadero pánico de estar enferma de cáncer, quistes ováricos, que aparecieron y desaparecieron varias veces espontáneamente. Dudaba de los diagnósticos que le daban, creía que los médicos le mentían porque no se atrevían a decirle que estaba grave, se hizo hacer una laparoscopia, en fin, un tormento resultado de la creencia en un cuerpo amenazado de muerte. Cuando ella empezó a hablar de sus quistes ováricos, inmediatamente pensó en la posibilidad de una operación quirúrgica para extirparlos, pero según relato, en otras ocasiones donde se había hecho ver por la misma cuestión, estos quistes aparecían y desaparecían solos, lo cual ya hacia pensar más en un síntoma histórico. Además habla de sus alteraciones de la regla, de una trompa obstruida y la otra con una luz muy disminuida, lo que le dificultaba la posibilidad de quedar embarazada. Entonces me parecía interesante indicarle una consulta con una médica homeópata porque pensó que podía resolver el problema de sus quistes sin someterse al efecto traumático del quirófano. Ella no quiso escuchar esta indicación, a pesar de que la reiteró en varias ocasiones, y decidió hacerse operar. Pero aquí hay un matiz interesante: Decidió hacerse operar por el médico que le iba a hacer una intervención más dolorosa para ella. Esto tiene conexión con su fantasma: su padre era un hombre violento. Ella recuerda de sus años infantiles una sensación de tensa expectativa cuando oía los pasos de su padre por la escalera dirigiéndose al cuarto de matrimonio. Su habitación, que compartía con una hermana, estaba al lado de la de sus padres y ella podía oír los golpes que su padre le daba a su madre, los gritos de ella y luego silencio, que ella imaginaba como un reencuentro sumamente tierno. Esto se ha convertido en una impronta que mueve todo su anhelo relacional. En realidad, es de neurosis de lo que habla, de una neurosis que hace que no pueda realizar su deseo más que en sus fantasías masturbatorias que siempre incluyen un personaje que la somete a una violencia humillante, generalmente es un hombre muy viril, pero a veces es una mujer, que siente fuerte, segura de si misma, a la que le atribuye un valor fálico del que ella se siente carente. En su trato con este profesor del que se enamoró, ella provoca esa violencia que aparece en sus fantasías masturbatorias, haciéndole pequeñas humillaciones que logra que lo irriten profundamente. Un dia lo sacó tanto de quicio que él se puso a gritarle totalmente fuera de sí y eso la erotizó muchísimo. Cuando lo vio furioso se sintió como una niña pequeña frente a un papa que la reñía. Ella no soporta que un hombre sea pánfilo. El problema es que ella confunde la fuerza con la violencia, confusión que resulta de como ella tiene fijado su goce. Su marido, que no es un borracho violento no la satisface sexualmente porque ella está identificada con la madre en un goce masoquista, que por otra parte rechaza, pero en la medida en que es en gran parte inconsciente de ello, ese goce la empuja a hacerse maltratar por los médicos. Juega con su marido a atarse de pies y manos y le satisface sentirse totalmente instalada en la pasividad para que él haga con ella lo que quiera, pero su marido no la humilla y eso le resulta placentero. Pero en la medida que aún desconoce gran parte de su goce inconsciente, eso la empuja a intentar realizarlo alucinatoriamente en sus fantasías masturbatorias, o en la realidad, buscando fuera de su matrimonio un hombre que fuera más perverso que su marido. Lo intentó en una ocasión con otro profesor de su edad, a quien sentía muy viril, intentando reproducir exactamente sus fantasías masturbatorias, pero con el resultado insatisfactorio que lógicamente cabe esperar. Se sintió muy absurda y avergonzada por ese episodio. En la medida en que el trabajo analítico fue permitiéndole saber acerca de este goce, su angustia fue remitiendo, empezó a preguntarse por sus quistes ováricos, y dijo que sentía que ellos expresaban el mismo tipo de hinchazón en la que ella se instala cuando desea algo. Sólo entonces pudo escuchar mi indicación para que viera a una homeópata, indicación que volví a reiterar porque le era terriblemente angustiante no tener la regla. Para ella era una confirmación demasiado brusca de su climaterio y su angustia respondía a una sensación de no tener más ninguna oportunidad para jugarse en el deseo. Aunque esto es una trampa porque el deseo histérico, quiere la insatisfacción. Siempre está lejos de quien puede procurársela, en otra parte. Lejos del compañero y lejos en el cuerpo, de donde debería ser sentido. O sea, que hay una erotización de órganos diferentes de los genitales, lo que sostiene su creencia de estar enferma, sin estarlo. Si sus sintomas corporales son una expresión metafórica de un goce reprimido, aunque eso la llevase a hacerse muchísimos análisis de todo tipo, para descartar enfermedades gravísimas que ella suponía tener, si bien puede parecer hipocondríaco el cuadro, es sin embargo, histérico. Ella se queja de que los hombres que ha conocido la trataban sexualmente como un objeto. Y aquí aparece una paradoja frecuente en la histeria, porque a pesar de esa queja, es como objeto que ella se ofrece al otro buscando hacerse imprescindible para todo, pero quisiera poder lograrlo eliminando la relación sexual, intentando suplirla con el amor. Porque en su fantasma todas las insuficiencias, los fracasos, las frustraciones, las imposibilidades, todo lo que en psicoanálisis se resume en la palabra castración, sería superado en esa relación de absolutos que implicaría el recubrimiento de los dos deseos: el suyo y el del compañero. Es la relación sexual justamente la que le hace evidente que eso no es posible, por eso la rechaza. La madre se encerraba en su habitación, totalmente abandonada, sucia. En su juventud había sido una mujer muy atractiva, pero luego de tener a sus seis hijas, se puso muy gorda y la relación con su marido empeoró. La diferencia de edad entre ellas es de un año, a veces, menos, lo que quiere decir que todas sus hijas, excepto la última, estaban lactando cuando se producía un nuevo embarazo. Este es un dato importante, porque habla de un déficit de atención materna, que es real y que ha dejado cierta impronta, en mayor o menor grado en las hijas. Una de las hermanas de mi paciente, la que le sucede a ella, se suicidó tirándose por el balcón de su casa. Esto provocó en ella mucho miedo de tener un destino semejante y muchísima culpa hacia su hermana. Sólo le fue posible aliviarla cuando pudo reconocer que no sólo la quería sino que también la odiaba, como odiaba a su hermana inmediatamente mayor, y a la más pequeña. Este odio hacia estas hermanas en particular, estaba fundado en la fantasía que ellas no dudaban de su feminidad porque tenían un cuerpo muy femenino, de caderas muy formadas, bajitas, no como el suyo, que no tiene caderas notorias y es muy alta. De adolescente, siempre tenia miedo de ser confundida con un travestí. Ese fantasma bisexual, retorna en la queja de que su marido no es lo suficientemente viril, en la angustia que apareció frente a un compañero suyo de trabajo, que ella sintió como una imagen de sí misma, en las fantasías homosexuales que aparecieron entorno a esta hermana que se suicidó. Un dia vino a verme especialmente angustiada porque la hermana menor, que además es la preferida de su madre, iba a tener un hijo. Ella dice de esta hermana que es quien recibió en herencia un negocio que era de su padre en condiciones más favorables que el resto de las hermanas, que tiene un marido muy guapo, que encima es un genio. Estas palabras connotan lo que ella siente como el colmo de la plenitud. Ella supone que su hermana tiene acceso a un goce pleno, que no le falta nada, dado que su marido es una maravilla, va a tener un hijo, que a ella le es difícil tener porque ahora tiene un ovario menos y dificultades en las trompas, y además, esa hermana es la preferida de su madre, cuando ella está convencida de cuanto le hace falta un afecto materno que la soporte. Hay otros factores que también la exponen a la envidia y es que ella supone que esta hermana no tiene la relación angustiada que ella tiene con su propio cuerpo, sintiéndolo al borde de un derrumbamiento cuando no hay una mirada que la haga sentir deseable o bien, con la convicción de estar enferma de cáncer, convicción que siempre le fue desmentida por los médicos. Su padre murió de cáncer. Ella creía que iba a morir de cáncer lo que habla de su identificación con su padre- y además localizaba el momento de su muerte: cuando se acabara una casa que aún están construyendo con su marido y que tiene un alto valor de reconocimiento narcisístico para ella y su marido, porque es una casa espectacular que quiere que le sirva para demostrarle a la familia que ni ella ni su marido son unos colgados. Ella se ampara en este proyecto para postergar muchas cosas: resolver la situación con su marido, de quien quisiera separarse pero no del todo, para ir a experimentar que pasaría con su deseo si conoce otros hombres que la hagan sentir su cuerpo. Pero se excusa de no hacerlo porque esa casa le consume toda la energía. En realidad, no es de energía de lo que se trata sino como ella se escabulle del deseo, porque realizarlo es fantaseado como una muerte. Se queja de que su marido no toma decisiones, que no es suficientemente viril, pero es notorio que repite la misma historia con otros hombres que han aparecido en su vida, a quienes ha encontrado o pobres o débiles, desvalorizados en síntesis, se ofrece a ellos como una salvadora, los viriliza, y cuando están deseables para otras mujeres, pierden para ella todo interés. Lo mismo le pasa ahora con el marido. Hablando del joven profesor que la erotiza, dijo que con él ella estaba segura de ser deseada, porque él era muy joven y tímido y ella no tenia que competir con otras. Este es un dato importante porque siempre aparece el fantasma de la Otra Mujer estropeándole la fiesta. La Otra Mujer que es para ella el otro sexo, la feminidad encarnada, como las dos hermanas entre las que ella se sentía como un travestí. ¿Por qué busca profesores? Su relación con el hombre es siempre una relación con un personaje insuficiente. Sabe que lo que le ofrece cualquier compañero no es el falo. Ella hace pareja con el Padre Ideal, el de la excepción insostenible, el incastrado y de la potencia plena, una especie de Rambo, frente al cual su marido y cualquier otro hombre es una triste pantomima impotente, incluido su profesor tan anhelado si lo saca de la fantasía, que es único lugar donde puede mantenerlo como Ideal. En una sesión dice que se sintió mejor con su marido aunque él no fuese el más inteligente de todos. Y quién podría ser el más inteligente de todos sino aquel que pudiese hacer de ella una mujer de excepción. Eso la coloca del lado del goce fálico en un hacer de hombre mejor que su marido, hacer del que se complace detrás de la queja. ¿Por qué busca a una mujer para que la ayude? ¿Por qué yo la mando además a una homeópata mujer? El climaterio es casi como una segunda edición de la pubertad, pero a la inversa que en la pubertad donde hay tiempo por delante que puede permitir la esperanza, aquí ya no hay tiempo, empiezan los signos de la decadencia con la desesperación consiguiente por intentar quemar los últimos cartuchos. Todo lo que es conflictivo entorno a la sexualidad se acentúa. En esta mujer aparecieron muchas preguntas, acerca de su deseo, de su identidad sexual, de sus angustias, de su derrumbe corporal, de su goce, de su relación con los hombres y con las mujeres. Todo esto en el marco de una ambivalencia muy fuerte. Ella necesitaba, a mi juicio, una mujer que hiciera función paterna. Quería saber de sí misma, pero su fantasmática le imposibilitaba ponerse en manos de un hombre para preguntarse eso. Además su marido es un hombre del que ella se queja que tiene respuestas para todo, lo que la deja a ella descalificada si sus ideas no coinciden con las de él. A pesar de que su relación con la madre no le era válida para sostener una identificación aceptable para ella, y con las hermanas era conflictiva, éstas cumplieron cierta función materna, dado que ella dice que su madre fueron sus hermanas. Cualquier mujer, de todos modos, tiene que resolver primero el problema de la relación con su madre para poder tener una relación aceptable con el hombre. Esto me colocó a mí en una difícil situación
transferencial porque tenía que sostenerle el desafío que
me lanzaba para que yo demostrara que era alguien en quien podía
confiar, me probaba en mi capacidad de ponerle límites, aunque después
se quejara porque se los ponía, me pedía que yo supiese pero
a la vez, yo no podía mostrarme sabiendo. De esta manera,
escuchándola sin anteponer a su decir interpretaciones propias
del saber que ella me supone, logré que fuese paulatinamente
dudando acerca de lo que tenía tan "sabido". Esto fue posible
gracias a dos circunstancias: una, es que yo estoy convencida de
que no-todo se puede regular por el significante fálico, que
algo escapa a la significación. La segunda circunstancia es
que yo creo que quien sabe, aunque no sepa que lo sabe, es ella.
Y mi trabajo consiste en poner entre paréntesis lo que pueda
saber de teoría, para escuchar por qué caminos absolutamente
propios, ella expresa su sufrimiento sintomático. Si yo creyera
que el síntoma es una metáfora que se agota en una
interpretación, yo sería una analista inaceptable para
esta paciente, porque como histérica que es, aunque yo repitiera
sus propias palabras para señalarle algo del deseo que la
habita, siempre diría: "no, eso no es..." Y a veces,
es verdad.
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