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LA ESTÉTICA DE LA PERTURBACIÓN En el texto curatorial que se remitió a los artistas junto a la convocatoria, anoté que la propuesta estaba abierta “a toda manifestación de arte vivo, entendido éste como contrapuesto a los discursos envejecidos del arte académico e institucionalizado”. Hablé también de los paradigmas de la interacción y de la obra concebida más como proceso que como producto acabado. Retomando conceptos ya desarrollados por vanguardistas como Edgardo Antonio Vigo o Neide de Sa, me referí también “al artista redefinido como accionista y como operador o gestor de proyectos” y a la necesidad de “desplazar al espectador de su limitado rol de receptor para hacerlo devenir participante y hasta co-creador de experiencias creativas”. Finalmente, formulé algunas precisiones en torno a lo que connotaría la interferencia, presentándola como práctica diferenciada de otras producciones ya “legitimadas” dentro de la vasta genealogía del arte urbano o en espacios públicos. La mayor parte de los artistas respondieron positivamente a las coordenadas señaladas en el texto curatorial, pero estoy seguro de que ninguno de ellos advirtió que estaba trabajando para permitirme elaborar una serie de conclusiones en torno a un nuevo género o categoría. De ahí el carácter experimental de todo el proyecto, en tanto fue instrumentado para “materializar” o poner en acto una elaboración teórica que terminó de definirse a partir de las propuestas emergentes de un grupo de artistas que ignoraban el verdadero alcance de su contribución. Lo que yo adelanté en mi propuesta
curatorial es que la interferencia comportaba algo más profundo
y ambicioso que lo entendido bajo el concepto de intervención.
Diferencié intervenir e interferir, tratando de dotar a la interferencia
o a la acción de interferir de una potencialidad superadora respecto
a prácticas ya casi “institucionalizadas”.Anoté entonces: “Intervenir,
pese a inscribirse claramente en la fuerza insurreccional del arte de
acción, no deja de identificarse con una producción formal.
Interferir adquiere una mayor relevancia semántica porque supone
una actitud decisiva en pos de un arte que se arriesgue a filtrar en
los intersticios del gris de la vida cotidiana su discurso vital. Interferir
supone emitir señales, aún las más humildes, que
siembren la incertidumbre y la aventura allí donde se han institucionalizado
la rutina y la certeza que obturan los sueños”. Lo primero que puede afirmarse es que
lo específico de la interferencia se cifra en su apuesta por una “estética
de la perturbación”. Pero esta perturbación,
a contracorriente de otras prácticas gestadas en medio de la efervescencia
política y contracultural de los 60’ y 70’, se aleja
por igual de la provocación “gratuita” y del activismo.
En el contexto de una contemporaneidad distópica, la interferencia
no opera por el deseo de crear acciones artístico-comunicacionales
destinadas a impulsar cambios sociales, sino que limita su interés
a posibilitar un utopismo más ligado a la experiencia estética
personal que reedita el ideal vanguardista de unir arte y vida. Ya no
se trata de instalar producciones simbólicas encabalgadas en el
discurso del arte politizado, sino de generar acciones que impliquen
una ruptura o una grieta, aunque no sea más que mínima
y efímera, en el entramado de los condicionamientos sociales. Pensemos que la interferencia es una
suerte de revulsión. Una revulsión que se produce en el
artista y que se exterioriza para buscar un interlocutor que, al menos
de manera fugaz, tome el riesgo de abstraerse del disciplinamiento social
que se ha instituido en la cotidianidad. Sacudir la inercia de la trivialización
de los comportamientos humanos es el objetivo. Pero esto no para transformar
la realidad, sino tan sólo para crearle fisuras, abrirle intersticios,
y “parasitarle” su tejido racional y restrictivo. ¿Qué mejor
forma de lograr esto que a partir de la perturbación? Perturbación
que se opera por las más diversas vías y estrategias: la
irreverencia, la ironía, la intromisión, la agresión,
la apuesta lúdica, el extrañamiento, la sorpresa, el delirio,
el absurdo y toda forma posible de arte insurreccional. La estética de la perturbación |