Los
comienzos del happening, la performance y el arte de acción se encuentran en unos primeros actos en
donde el cuerpo elimina la obra como objeto y soporte, traspasando
la acción a una participación colectiva del espectador.
El artista vuelve a vincularse a la sociedad desde un gesto artístico,
desde un carácter teatral que es, a la vez, lenguaje e imagen.
La influencia de Duchamp se produce, ahora, en distintos niveles:
en el uso del lenguaje como juego en las obras de Yves Klein (1928-1962),
en el uso del azar en las composiciones de John Cage (1912-1992)
o en el análisis del cuerpo como sujeto performativo, como
podemos advertir con el accionista vienés Günter
Brus (1938).
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Günter Brus aportó la estructura y el proceso de la
acción realizando un análisis total del cuerpo que
situaba en el centro de la acción como único medio
y soporte expresivo: "Mi cuerpo es la intención. Mi
cuerpo es el acontecimiento. Mi cuerpo es el resultado". Sus
actos son una lucha a través del cuerpo que ponen en cuestión
su naturaleza. El objetivo es el de liberarse de la representación
de los significantes establecidos para eliminar lo imaginario/aparente
y actuar en el ámbito de lo real. Para el Accionismo Vienés,
estos actos no eran un espectáculo, sino una terapia psicoanalítica
y una experiencia - en la que el cuerpo individual trascendía
a un cuerpo colectivo -, que aprobaba la destrucción del
cuerpo como un acto de equilibrio, fin último de libertad
y triunfo del poder de la mente.
Yves Klein evitaba representar los objetos
de una forma subjetiva o artística. Durante sus creaciones eliminaba el contenido
de las obras para otorgarles el concepto de inmaterialidad, donde
lo invisible se vuelve efectivo a través de lo perceptible.
En sus performances abandona el objeto como medio de arte y recupera
la temporalidad y el cuerpo como imagen para transmitir ideas y
experiencias de manera más directa. Había que redefinir
el pensamiento Arte. Para ello, invita a la audiencia a experimentar
con ese vacío absoluto que es el espacio pictórico.
Una vez que el espectador impregnaba su sensibilidad humana en
ese espacio, podría conquistar esa realidad inmaterial en
oposición a la representación.
John Cage usa la partitura como proceso de
un pensamiento artístico
que pretende liberar a la música de la representación
y eliminar las fronteras entre creador y espectador. Mediante la
no-expresión del Yo (emasculación) y un estado atemporal,
inventa una relación con el espacio musical que pretende
imitar la naturaleza en su manera de operación. El sonido,
en lugar de ser interpretado, se convierte en un objeto externo
que posee su propia realidad espacio-temporal, su propia presencia.
Ya no hay objeto como tal porque éste se ha hecho realidad.
Objeto y sujeto (el espectador) adquieren el mismo valor con el
propósito de alcanzar un acercamiento entre el arte y la
realidad de la vida.
Sara Alfonso
Domenech
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