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El programa del Museo Reina Sofía gira en torno a dos reflexiones. La primera, volver a pensar la función y constitución del museo en la contemporaneidad. La segunda, preguntarnos si existe alternativa a los modelos históricos de esta institución, el museo moderno, surgido en los años ’20 para representar una historia lineal y excluyente, o el postmoderno, planteado a mediados de los ‘80 como absorción de la confrontación y el disenso en un nuevo territorio globalizado. El museo no se concibe como la institución que exhibe un saber universal, identitario y excluyente, sino como un lugar capaz de generar nuevos espacios intersticiales de socialidad y discusión en la esfera pública. En este sentido, debemos comprender qué modelos de resistencia proporciona en una sociedad en la que el consumo y la mercancía abarcan espacios de privacidad y en la que la producción se ha fragmentado y desmaterializado ocasionando no sólo un mapa geopolítico inédito, sino nuevas clases sociales, relaciones y subjetividades. En este contexto, el entramado de la(s) narración(es) alternativa(s) a la historia moderna, el pensamiento de nuevas formas de intermediación y la consideración del espectador no como un sujeto pasivo ni consumidor, sino como agente, un sujeto político son las tres líneas de fuerza propuestas por el Museo. Mientras que un gran número de culturas han fundamentado la historia del arte en las grandes narraciones que constituyeron la segregación de toda divergencia durante los siglos XIX y XX, hoy es acuciante la necesidad de inventar formas de relación que cuestionen tales estructuras mentales. Esta situación determina la apertura al otro y plantea la presencia de otras culturas y modos de hacer en nuestras propias prácticas, sin miedo a un hipotético peligro de disolución. No se puede entender esta poética de la relación sin tener en cuenta la noción de lugar. Éste no se concibe como un territorio estático, sino como un conjunto de vectores, donde la dependencia centro-periferia deja de tener sentido; y no se produce, como ha ocurrido tantas veces en nuestro país, una reivindicación del centro a partir de la periferia. La historia ha pasado de escribirse como si estuviese constituida por grandes continentes a ser una especie de archipiélago. No existen centros en disputa ni historias hegemónicas, sino relaciones que establecer y hacer visibles en una cartografía artística cambiante. Artistas que en la historiografía tradicional podían ser considerados secundarios, derivativos o simplemente tardíos, como Oskar Schlemmer, José Val del Omar, Lygia Clark o Alice Creischler, alcanzan su dimensión más compleja bajo esta nueva consideración. En este tejido de relatos, el problema reside, sin embargo, en que estas otras modernidades son subalternas, no tienen voz, deben acatar las reglas del mundo europeo occidental, proclamadas universales. De este modo, no es suficiente con representar al otro, el Museo es consciente de que están por inventar formas de mediación que sean a la vez modelos y prácticas concretas de vínculos de solidaridad entre el intelectual y las comunidades subalternas, así como con los diversos colectivos que constituyen los movimientos sociales.
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> Calder. La gravedad y la gracia. > Locus
Solus. Impresiones > La escritura
desbordada:
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